El derecho a saber y a decir

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Cuando apareció la democracia origen de la nuestra allá, aunque muchos no lo sepan, en la Edad Media, en los monasterios y en los municipios, en primer lugar los italianos, la comunicación de las ideas entre los electores era fácil y directa, así como el trasladar a los dirigentes las inquietudes de los dirigidos. Cuando las democracias modernas se masificaron, se dificultaron gravemente los contactos entre unos y otros; por esta razón los periódicos cumplieron una función necesaria: poner las novedades al alcance de la gente y hacer llegar al Gobierno las inquietudes de esa misma gente. Como toda obra humana, esta no fue ni es perfecta, pues en ocasiones algunos no se atreven a hablar  y otros no se dignan escuchar.

En estos tiempos de muchedumbres, los periódicos, los impresos y los digitales, deben servir de intermediarios entre el poder y los ciudadanos, tanto por informar a quienes gobiernan de las ideas, sentimientos, deseos, proyectos, dificultades… de la gente, como para dar a conocer a esa misma gente los entretelones de las decisiones de quienes gobiernan; al mismo tiempo deben cumplir una labor crítica hacia ambos extremos: ni adular al poderoso ni a la masa.

En todas partes se confunde “opinión pública” con “opinión publicada”, algunos medios pretenden reflejar los intereses de las mayorías, pero mienten, favorecen a ciertos sectores. El mismo hecho de publicar o no algunas noticias ya revela una falencia en la ética comunicativa, pues el acontecimiento ocultado, o la opinión acallada, desaparecen, dejan de existir y nadie puede reflexionar sobre ellos. Además, no faltan los periodistas, quienes habrían podido ser parte de la KGB pues andan a la caza de los errores, reales o supuestos, de aquellos a quienes miran mal.

Más allá de esos avatares, la gente quiere saber cómo van las cosas, y para eso están los periódicos; pero también ansía que los gobernantes conozcan sus auténticas necesidades, no solo las ideas de unos cuantos dirigentes o aventureros audaces. He constatado que La Hora, lugar en el cual puedo exponer mi opinión sin ninguna traba, ha buscado con honestidad cumplir con ambos objetivos. Eso es periodismo digno.