El COVID-19 y las familias separadas

Desde que comenzó la pandemia he escuchado a decenas de amigos y conocidos quejarse por la infamia que supone contraer el virus; principalmente porque te aísla de las personas que amas. Y bueno, en la época del confinamiento, eso lo vivimos todos. Me refiero a lo de estar alejados de los familiares que no viven con nosotros y de los amigos más cercanos. Por eso, con la vacunación y el relajamiento de las medidas de bioseguridad salimos como caballos desbocados a festejar fechas atrasadas, a celebrar cumpleaños que no celebramos, a disfrutar la Navidad como si no hubiera mañana. Y de alguna manera, fue así, porque después de esas fiestas, el mañana se volvió incierto.

Mientras la nueva ola nos sigue azotando, la separación es lo que más golpea. Los síntomas, en la mayoría de los casos, son moderados o leves y se superan en casa. Pero, la dinámica de las familias se ha vuelto a romper. Para evitar la propagación del virus, quienes presentan síntomas se aíslan en una habitación y procuran mantener el mínimo contacto con los otros integrantes de su hogar. El cambio de humor en la familia es inevitable, tanto para el prisionero como para el carcelario.

También hay otras dinámicas, como las de los hijos de padres separados o divorciados. Esa situación es aún más triste y lo he vivido en carne propia. Mi hija no ve a su papá desde la Navidad, pues cayó con el virus después del feriado de fin de año. Ella cuenta los días para que, finalmente, la prueba PCR le salga negativa y puedan volver a abrazarse. Lo mismo le sucede a mi esposo que, tras el positivo de uno de sus hijos, se contenta con saber de ellos por mensajes de WhatsApp o videollamadas.

La pandemia ha vuelto a romper cronogramas y esquemas. Vivimos en la improvisación y con el paso de cada día nuestros corazones se hacen más duros, pues de esta también saldremos más fuertes.