El bien común

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Carlos Freile

Ya los grandes pensadores griegos identificaron al bien común como el fin último de toda acción política. En la Edad Media santo Tomás de Aquino sintetizó su contenido en la paz y armonía de la comunidad. Solamente en un clima de concordia puede una comunidad progresar en base al trabajo. En los momentos críticos que vive el Ecuador habrá que preguntarse con honradez y sin subterfugios si nuestros políticos y nuestros jueces han buscado realmente el bien común, si no se han dejado llevar por sus intereses, a veces inconfesables según sospechan muchos ciudadanos.

La primera piedra de toque para esa valoración de nuestros políticos es su actitud frente a la paz ciudadana: si vemos que evitan los enfrentamientos negativos, que buscan el diálogo con quienes se hallan en otras trincheras, que no descienden al insulto o a la calumnia… deberíamos verlos con simpatía y tratar de apoyarlos; de lo contrario nuestro deber sería alejarnos de ellos, no apoyarlos ni con la palabra ni con el voto.

La segunda piedra consiste en constatar si realmente buscan el bien de la comunidad nacional en pleno y no defienden sus parcelas de poder o de riqueza; esta constatación no se debe hacer analizando sus palabras sino sus obras: sus iniciativas, ya sea en el gobierno central o seccional, ya en la Asamblea, ya en la judicatura, deben tender evidentemente a mejorar las condiciones de vida de las mayorías; los resultados deben estar a la vista para quien quiera verlos con imparcialidad.

Algunos pensadores políticos actuales sostienen que el bien común es una utopía porque es imposible responder a las exigencias de todos los grupos sociales; sin embargo, con el diálogo y con la convicción de que todos y cada uno debemos poner nuestro grano de arena para construir y renunciar a algo en beneficio de quienes tienen menos que nosotros (no solo en bienes materiales sino en oportunidades, en esperanzas…) se puede construir una sociedad mejor, sobre todo si tratamos de mantener la paz, pues sin ella nunca habrá trabajo suficiente, ahorro perdurable, proyectos duraderos. Por eso, la primera obligación de un ciudadano consciente es colaborar por el imperio de la paz e impedir el protagonismo abusivo de los violentos.