El alma rusa

No es tan lejana para nadie la invasión rusa a Ucrania. Con el destino ruso no solo se juega el destino europeo sino de la humanidad toda. Grandes escritores rusos: Dostoyevski, Gorki, Pushkin, Gogol, Tolstói, etc., han representado al espíritu libre frente a toda opresión que pretenda acabarlo. Ellos fueron los que provocaron la caída del zarismo, pero luego vinieron épocas en que Rusia fue nuevamente esclavizada, sacrificada, llena de miserias y martirios, como fue la etapa del triunfante marxismo, que aparentemente termina en 1990, pero  renace con Putin, su nuevo Zar imperial que, a pretexto de recobrar la grandeza de esa nación, solo la está desprestigiando — no se sabe si con  conocimiento del pueblo, siempre mal informado o informado exclusivamente al antojo del gobierno, propio de los sistemas totalitarios—.

¿Por qué no se acaban las tiranías? La respuesta la da Dostoyevski: “La tiranía es una costumbre; posee la facultad de desarrollarse, de sostenerse y crecer por sí misma, y degenera, finalmente, en una enfermedad”. Y parece que hablara de Putin: “Yo sostengo que el mejor de los hombres puede embrutecerse y embotarse por efecto de la costumbre (la de ejercer su poder) hasta rebajarse al nivel de una fiera.”

En Latinoamérica parece que luchan el bien y el mal. Cuba, Venezuela, Nicaragua, viven gobiernos tiránicos, sus pueblos —no se puede ocultar— se encuentran entre la desesperanza, la fatiga y la miseria. “El hombre y el ciudadano mueren en el tirano para siempre; y restituirse a la dignidad humana, al arrepentimiento, a una nueva vida, es ya para él casi imposible”, lo dice Dostoyevski, casi como una profecía. Lo más grave: nuevos tiranos surgen o resurgen en América —Trump, en los Estados Unidos; Petro, en Colombia; Lula, en Brasil; a medias, en México AMLO y en Chile Boric; en el Ecuador, sin el menor pudor, tenemos el correísmo depredador y ambicioso, que con cinismo aspira al poder mediante la impunidad—.

La sociedad no puede seguir indiferente frente a este espectáculo político-económico-delictual y antidemocrático, que minará sus cimientos. La democracia regional tambalea.