El alma de Quito

“Subí, cada día, la Cuesta del Suspiro:/ la recorrí, de palmo a palmo, / y nunca me aburrieron sus gentes, sus fantasmas:/ el jurista cojo y barbado,/  la frutera gorda,/  el percudido carbonero,/ la beata oculta en sus hábitos negros,/ el portero de la escuela./ Conocí cada puerta, cada acera, cada esquina, cada voz,/ cada minuto,/ y todos se afincaron por siempre en mi memoria”.  Este fragmento del poema Ciudad en Vilo, de Filoteo Samaniego dedicado a Quito, que dibuja a la  céntrica Cuesta del Suspiro y a sus gentes, me hace pensar en cómo muchos de los quiteños sí percibimos y sentimos entrañablemente a nuestra ciudad, a su alma milenaria ancestral, a su amalgama colonial esplendorosa de la Escuela Quiteña, a sus levantamientos libertarios y a su épica Revolución del 10 de Agosto de 1809.

El pincel literario del poeta Samaniego nos señala al portero de la escuela y ello nos sugiere uniformes, voces y la estudiantil algarabía que durante centurias dio vida a los barrios céntricos. Quito no fue solo un convento, nada más falso y estigmatizante; Quito fue un centro milenario de saberes y ciencia, Quito fue un centro de ideales arte, ebullición política y levantamientos libertarios. Desde 1586, en la colonia, varias universidades construyeron parte del alma de Quito, entre ellas, San Fulgencio, San Gregorio Magno, Santo Tomás de Aquino. La actividad estudiantil en el Centro Histórico ocupó un lugar legítimo en las imponentes casonas centenarias que hoy, como en el caso del Colegio Simón Bolívar, están congeladas ante el abandono del gobierno local y el apetito de entidades estatales o inmobiliarias.

El uso de suelo de estos bienes debe salvaguardarse para el patrimonio tangible e intangible, pero la codicia y la falta de respeto se aferra a los grilletes. El colegio Fiscomisional de Chimbacalle acaba de cerrar sus puertas y Quito sigue en vilo. La partida de Don Rodrigo, alcalde querido por muchos quiteños, nos recuerda que esta joya y patrimonio cultural de la humanidad merece a gente que esté a la altura de su alma milenaria y libertaria.

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