Educación en pausa

Este es el título que lleva el informe presentado por UNICEF en noviembre 2020, donde aborda la problemática de la educación en la región de América Latina y el Caribe durante la pandemia del COVID–19. El documento señala que el 97% de los estudiantes de la región se han visto privados del acceso a educación en períodos prolongados.

En el caso del Ecuador el dato es aún más dramático: las escuelas y colegios públicos, llevan 22 meses cerrados. Y los privados al menos 18 meses en circunstancias similares.

La educación virtual o por convergencia de medios, para los más pequeños es una alternativa emergente, no puede prolongarse. Su eficacia depende directamente de varios factores, como las características de la familia y de cada institución educativa; además que cada estudiante es distinto, aprende de manera distinta, pero sobre todo el nivel socioeconómico es lo más relevante para esta coyuntura.

El informe en mención señala que casi dos tercios de los hogares del Ecuador carecen de conexión a internet.  Por eso los niños, niñas y adolescentes más pobres han tenido menos acceso a este tipo de educación. Y aquellas familias más favorecidas que cuentan con acceso a internet, espacios seguros y un colegio más preparado para ese desafío tampoco lo llevan tan bien.

Mi experiencia como mamá de niños de 9 y 6 años, siendo su apoyo principal en la escolarización durante la pandemia, ha constituido todo un desafío. A pesar de contar con las herramientas necesarias para hacerlo, a la hora de coordinar mis responsabilidades laborales y al mismo tiempo darles apoyo en el colegio en línea me he sentido sumergida en el caos.  Y me temo que no soy un caos aislado.

Más allá del aprendizaje en términos formales y el desarrollo cognitivo me preocupa su bienestar emocional. A la edad de mis hijos, ellos deberían estar compartiendo con sus pares en juegos libres que en términos de aprendizaje  representan disputa, solución de conflictos y manejo de emociones. Toda esa maravillosa parte de la crianza se están perdiendo y el aprendizaje definitivamente es deficiente. Mi hija menor, por ejemplo, cursó la mayoría del prekínder en línea, el kínder 100% a distancia y primer grado apenas ha ido un par de meses presenciales.

En su recuerdo, la educación es un espacio frente a una pantalla y a mí eso me parte el corazón.

Pero la realidad de la mayoría de niños y niñas del país, es más complicada que mi experiencia descrita. Hay muchos hogares que no son espacios seguros, no solo porque no cuenten con los recursos necesarios para cumplir con las tareas sino porque están expuestos a violencia de toda índole.

La educación está en pausa y así mismo la historia de nuestros hijos y el futuro del país. Como consecuencia, tendremos que asumir un inmenso costo económico y uno más grande de índole social en el futuro.