Eduardo F. Naranjo C.
A pesar del optimismo que tratamos de inyectarnos cada inicio del ciclo anual, la realidad no parece acompañarnos, tenemos en el horizonte guerras sangrientas y crueles que matan inocentes únicamente por interés de unos pocos, creando un escenario mundial donde bulle la terrible pasión del odio.
El desprecio y el rechazo al “diferente”, sin más razón que el superego humano confrontando al resto, por asuntos que en la mayoría de casos son supuestos y percepciones equivocadas o porque aquel o aquella son “inferiores” tanto física como económicamente, ideas que considerábamos superadas gracias al aporte de la Ilustración, pero el humano retorna a sus impulsos primitivos con hechos y crímenes alrededor del planeta.
Aquí el tema se volvió intenso por las frustraciones que el poder político ha producido en el primer cuarto del siglo, todos los egos políticos aspiran a algo y no precisamente servir a la colectividad, sino para sentirse lo “máximo” y capitalizar fortuna, claro cuando falla la jugada comienzan a desatar su envenenado odio, contaminando al gran público inocente que se traga todo, en tanto los prudentes se abstienen de participar en la movediza arena política.
Estamos viviendo tiempos de cólera, envenenados de odio unos contra otros, no existe razonamiento que nos junte como país y vayamos en una sola dirección, ciertamente no hay salvadores y si los hay no se los conoce y los pueblos siguen la deriva, que cada minuto nos acerca más a la catarata abismal de la que le será imposible salir.
Toca al pueblo elegir sus guías pero dentro de un ambiente envenenado, donde las opiniones son juzgadas con sesgo, sin análisis de contraste, sin meditación, estamos frente a un escenario poco alentador, no hay que preguntarse el por qué la gente no sale a tirar piedras, probablemente los ciudadanos comprendieron que no hay por qué arriesgar el pellejo para que otros gocen de la concupiscencia del poder y del placer de disponer del dinero de todos.