Dios y la fe en él

Por: Lorena Ballesteros

En mi familia, los domingos íbamos a misa. En casa todos fuimos bautizados, hicimos la primera comunión y posteriormente la confirmación. En Navidad rezamos la novena. En Semana Santa mi mamá sigue rezando el viacrucis.

Criada en esta religión, cuando salí a estudiar al extranjero seguí asistiendo a misa por voluntad propia y no por imposición familiar. Nunca he dejado de rezar ni conversar con Dios. Sin embargo, con el tiempo y la ampliación de mi educación, comencé a cuestionar ciertos dogmas de fe, especialmente los que se refieren a la creación del mundo y a la existencia del ser humano.

Me enojaba (y me sigo enojando) cuando la Iglesia rechaza a personas homosexuales o divorciadas. Lo viví en carne propia cuando no pude celebrar ningún tipo de ceremonia religiosa al contraer matrimonio con mi esposo porque él era divorciado. Y lo más doloroso fue cuando un sacerdote me dijo mirándome fijamente: “si te casas con él, escogerás vivir en pecado mortal”.

Tras ese golpe y con el orgullo herido debí tomar la decisión de que mi hija hiciese o no la primera comunión. Por un momento dudé. Finalmente, me di cuenta de que, si hay algo que no se ha alterado en todos estos años, es mi fe en Dios. Creer en él me ha sostenido en los momentos más difíciles, pero, sobre todo, me ha llenado inmensamente el corazón en épocas de abundancia.

Por eso, no podía privar a mi hija de esa posibilidad. Su primera comunión fue también un momento de revelación para mí. Si creo en Dios, debo poner en práctica lo que considero más valioso de la fe católica: el amor y el perdón. Incluso ahora voy a misa a escuchar predicar al sacerdote que me dijo que yo estaría por siempre en pecado mortal. Pero lo hago de la mano de mi esposo, que creo que también ha perdonado, para demostrarle que el amor es la mejor prueba de la existencia de Dios y que está por encima de las palabras de cualquier hombre.