¿Dicho y hecho?

Alejandro Querejeta Barceló

La carrera por las próximas elecciones se ha venido desenvolviendo sin ningún recato ni disimulo, pese a la “vigilancia” del CNE. Junto con ella, están las encuestas. Nos queda, hasta ahora, un reguero de interrogantes y de consecuencias.

De las interrogantes surge la pregunta de si, finalmente, volveremos a contemplar los intentos de la oposición, con una mayoría más sólida, de maniatar o deponer al régimen de Guillermo Lasso. De las consecuencias, si esto se da, surge la más grave: la prolongación en la escena política del caos institucional y sus efectos absolutamente negativos.

Todo lo que pueda ocurrir está en las manos de votantes, cuyos criterios éticos y políticos son falibles y van cambiando, adaptándose en función de sus experiencias en una sociedad marcada por las desigualdades. No hay que olvidar que las posiciones que van en contra de los hechos probados suelen ser perniciosas.

La democracia no es una forma de gobierno inmóvil, sino un experimento colectivo permanente; y los experimentos suelen ser exitosos o fallidos. El que los ecuatorianos tendremos en febrero entra en una de esas dos categorías; será un paso más hacia el éxito o el debilitamiento democrático nuestro.

Vivimos un pulso descarnado y letal entre los poderes del Estado; entre el Ejecutivo y el Judicial, pasando por el Legislativo. Más tensión habrá después de las elecciones. A quienes intentan llevar al país a este escenario hay que combatirlos con la razón, desmontando y rebatiendo sus argumentos, para que, ojalá, por primera vez, gane el voto por el bien común real.

Los datos, aquí y allá, dibujan un panorama contradictorio. Las expectativas son pocas y los frentes ideológicos muchos. ¿Dicho y hecho? Dicho y hecho. Queda muy poco tiempo, pues el debate ya está aquí, a pesar de la retórica comunicacional del CNE. No hay duda de que la crisis vendrá, pero aún tenemos oportunidad de evitar la catástrofe.

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