Las primeras acciones del presidente electo bajaron la tensión en las calles. La confusión y la incoherencia ceden el paso a la racionalidad y a la serenidad en el discurso político. Los mensajes antipáticos, sórdidos o desdichados ceden espacio a un necesario esfuerzo por poner los pies en la tierra. De ahí los primeros anuncios y designaciones del que será su gabinete de gobierno.
Por fin algunos (no pocos, ciertamente) se enteraron de que no era mala idea cambiar de rumbo. El clima enrarecido y cada vez más radicalizado del correísmo, en que el odio y la venganza campeaban por sus respetos, van quedando atrás. Son otros los tiempos, los méritos políticos, de trayectoria, profesionales e intelectuales contribuyen a barrerlos.
Prevaleció durante mucho tiempo una ‘neolengua’ negadora de la realidad, que cedió al cabal entendimiento de la realidad. Es hora de desterrar el lenguaje populista y vacío de una extraña izquierda ajena al pensamiento y la filosofía que decía sustentar. Bien dijo alguien que el error no estaba en Marx, sino en los pretendidos marxistas.
La bandería política o pertenencia religiosa ceden a la capacidad y probidad. También se advierte públicamente que el nepotismo no tiene lugar en el próximo gobierno. El precipicio económico que se abre ante el país, tanto por la pandemia como por la herencia de la llamada ‘revolución ciudadana’, requiere de un barrido moral a fondo.
Como nunca antes se precisa firmeza en las respuestas, pero honestidad en las preguntas. Estamos a pocos días del cambio de gobierno. La aún no instalada Asamblea Nacional comienza a organizarse y configurarse. Ojalá sus miembros se dediquen, a la luz de la catástrofe que se vive, a defender sus ideas de forma pacífica y legítima. De forma clara, pública y contundente. Nuestra sociedad anhela un cambio a fondo, tanto en el terreno de la salud y la economía, como en el de la ética.