Cuando la corrupción campea

Milica Pandzic

Cuando la corrupción campea, los ciudadanos dejamos de confiar en el Gobierno y en el resto de instituciones del poder público. La polarización y la frustración aumentan, se pierde interés en la vida cívica, empujando a los ciudadanos fuera de la participación pública y política; y llevando a gran parte de ellos a decantarse por propuestas antidemocráticas y populistas.

Cuando la corrupción campea, la popularidad del Gobierno tambalea, porque al desviarse, disminuyen los recursos que este administra —y que finalmente aportamos todos— reduciendo su capacidad de acción para solucionar los diversos problemas nacionales; búsqueda de soluciones para las cuales el Gobierno fue elegido en primer lugar, y sobre las cuales su legitimidad recae.

Cuando la corrupción campea, se condena al país a un círculo vicioso de subdesarrollo, al no poder avanzar como debería en sus luchas contra la pobreza, la desnutrición, y la delincuencia; y obstaculiza generar progresos significativos para brindar los servicios públicos, como salud y educación, con eficiencia.

Cuando la corrupción campea, es difícil encontrar justicia. Los derechos de los ciudadanos —incluidos los derechos humanos— valen poco porque no hay certidumbre de que las cortes y los jueces vayan a hacer su trabajo de forma transparente, oportuna e imparcial. Y de esto se alimentan la violencia, el crimen y la inseguridad.

Cuando la corrupción campea, se le niega al país un mejor futuro. Y nadie está exento de estas consecuencias, incluyendo los corruptos. Hay que recordar todo el daño que causa la corrupción en nuestro país, para preguntarle a quienes llevan a cabo negocios por debajo de la mesa:  ¿realmente vale la pena vivir así?