¿Cuál golpe de Estado?

Solo en una democracia tan frágil como la nuestra, el rumor y hasta la posibilidad de un golpe de Estado son una realidad. Entre 1995 al 2005, Ecuador testificó la interrupción de tres gobiernos elegidos en las urnas con la intervención directa del Congreso Nacional, en contexto de protesta popular localizada en algunas ciudades y con la palabra tutelada de las Fuerzas Armadas al momento que quitaron su respaldo a los expresidentes. Eso demuestra que si algo se sabe en el país es hacer lo que nos da la gana. Entonces, la ley es un pretexto para burlarla. De ahí, la burda frase que está muy popularizada: “hecha la ley, hecha la trampa”, como si transgredir el orden constituido fuese motivo de algarabía o “viveza criolla”. Los golpistas de ayer y ahora son patriotas cuando les conviene.

Al día de ahora y para muchos es un gran mérito las caídas de Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005), mientras que, para otros, es la expresión reiterativa de un país que elige mal en las urnas y busca en los golpes de pecho (Estado) la salvación, sin embargo, el remedio es peor que la enfermedad, pues la calidad de la democracia es inexistente. Esto explica por qué es reiterativa la violación de la ley y el doble estándar. Por ejemplo, los políticos de todo color e ideología en su momento buscaron a Bucaram en el exilio y, acaso, estos mismos políticos no vociferaron para que caiga “el loco que ama”.

Después se inventaron la idea del “golpe blando” cuando sus promotores fueron protagonistas de las protestas y movilizaciones en contra de otros gobiernos que no eran de su agrado. Rápidamente, se olvidaron que, desde las calles, pedían la intervención de las Fuerzas Armadas.

Otra vez, la lógica del doble estándar, las reuniones entre gallos y media noche y las decisiones de un grupo de ‘amiguis’. La vacuna es actuar de manera democrática contra los ‘golpes’, pues si algo caracteriza al Estado, es el pacto social que la ciudadanía aceptó acerca de las leyes que nos gobiernan y que se legitiman en lo público, no a la sombra ni dando golpes a las puertas de los cuarteles.