Corina Dávalos
Pasada ya la incertidumbre sobre el próximo Gobierno Nacional, podemos enfocarnos en la siguiente batalla política de Quito. Y no es poco lo que se viene. No solo por los efectos políticos que tendría la destitución de Pabel Muñoz de la Alcaldía, sino porque allanaría el camino a iniciativas similares.
Los cargos electos que no cumplen a cabalidad con el trabajo que deben hacer y con las leyes que rigen para todos, no deben seguir cobrando un sueldo público y gozando de los privilegios que conlleva el puesto.
En castellano, llamamos también al cargo, dignidad. Quien gobierna debe hacerse digno del honor de servir. A quien gobierna, se le da un trato preferente porque –suponemos- hay un esfuerzo por estar a la altura. Pero, ¿qué pasa si no hay tal servicio, ni tal esfuerzo, ni tal altura, como en el caso de Muñoz?
Pasa que cualquier “mamarracho” puede arremangarse y trabajar para evitar que la ciudad continúe en manos de alguien que no respeta la ley, ni es capaz de construir un Quito mejor. En este caso, Néstor Marroquín, ha tenido la valentía y el tesón que se requieren para ponerle un freno a la desidia del Alcalde.
La semana pasada obtuvo del TCE los formularios para recabar las doscientas mil firmas que se necesitan para poner a Muñoz de patitas en la calle. Tiene 180 días para conseguirlo. Si tenemos en cuenta la escasa legitimidad de Pabel, que obtuvo apenas el 25,18% de los votos (el 75% de los quiteños no votó por él), la revocatoria podría tener éxito.
Dependerá de cuestiones logísticas, de los recursos con los que cuente esta iniciativa para que, una pequeña parte de los quiteños hartos, firme. Sería estupendo que se lograra y que otras dignidades indignas, se pongan a temblar y –ojalá– a trabajar por la gente.
No hace falta quemar ciudades ni acudir a la violencia –al estilo Iza– para corregir los fallos de la democracia. Solo hacen falta algunos hombres buenos, como Néstor Marroquín.