Contraloría

Se viven tiempos complejos, una enorme cantidad de variables entrecruzadas se muestran ante los ciudadanos perplejos, que intuyen una oscura podredumbre política.

Una institución que se suponía que garantizaba los negocios del Estado aparece como un lugar de poder donde todo es posible y reitera la mala imagen que tiene el público de las entidades que, se supone, son su protección dentro del contexto social.

La llamada “política” es parte de un gran negocio nacional. Se derrumba la creencia de que el servicio público es confiable y de beneficio para todos. Es apenas una ficción agravada por las evidencias públicas que indican una distribución del poder para la corrupción.

Es posible que sigamos siendo engañados por unos y otros, y que, mientras no venga un ciclón, todo seguirá igual por siempre. Es penoso pensar de esta forma, pero aparentemente es el pensamiento más realista que podemos tener tras años de fraudes y peculados.

Si el “autonombrado” contralor hizo lo que hizo y el anterior también, con la colaboración de las jefaturas de sección, ¿qué podemos esperar? La evidencia muestra que, en la organización estatal, quien no esté alineado con el poder hegemónico marcha con destino incierto.

La Contraloría tiene personal idóneo y ético, pero la mano siniestra de la “política” introduce elementos que son las fichas clave para cualquier tipo de maniobra. Sucede con cada cambio de gobierno.

Ser funcionario del Estado debe ser una carrera estructurada, con filtros de ingreso y calidad, que asegure y proteja al funcionario de sórdidas influencias. Corea del Sur es un ejemplo; quien logra el estatus de funcionario está protegido de por vida, siempre que guarde las reglas y la ética. Igualmente China, que desde tiempos de Confucio exigía examen a los aspirantes a funcionarios. Hoy, las reglas son otras, pero igual de exigentes.