El sistema político ecuatoriano comienza a convalecer de la aguda crisis: estructural, moral e intelectual ocasionada por el mal llamado Socialismo del Siglo XXI.
El proceso de cambio inició con el referéndum del 4 de febrero de 2018, convocado por el presidente Lenín Moreno, cuando el pueblo suprimió la reelección indefinida, dispuso la sanción a los funcionarios corruptos para que nunca más puedan acceder a cargos públicos o candidaturas y a las empresas corruptoras para que jamás puedan contratar con el Estado, y cesó de sus cargos a los miembros del Consejo Nacional de Participación Ciudadana y Control Social que auparon el control monopólico del aparato del Estado, por parte del Ejecutivo.
También aportaron al fortalecimiento del Sistema la organización de una Función Electoral relativamente autónoma y las reformas realizadas el 4 de diciembre de 2019 para eliminar la votación entre listas, poner en vigencia el método Webster, establecer mayores regulaciones al financiamiento de las campañas electorales, fortalecer la equidad de género y crear mayores oportunidades para la participación de los jóvenes.
Gracias a estos cambios, se pudo superar el sistema antidemocrático de partido hegemónico que, apoderado del aparato del Estado, impuso un sistema autoritario proclive a las arbitrariedades de un Ejecutivo que manejó la política y la economía nacional, sin otra guía que las decisiones caprichosas del falso redentor: nuevo señor feudal o despótico hacendado.
Para no volver a aquel pasado nefasto, el electorado apoyó mayoritariamente la candidatura de Guillermo Lasso. La votación que obtuvo el presidente electo fue, en gran medida, para evitar el retorno al despotismo, la arbitrariedad, la corrupción y la impunidad. Habría sido una verdadera traición a sus electores aceptar una alianza como la auspiciada por los dirigentes socialcristianos, con el pretexto de lograr gobernabilidad. Lasso no se ha equivocado, ha roto con los acostumbrados pactos de trastienda y, de esta manera, representa no en el discurso, sino en la práctica, el inicio de mejores días para la política nacional.