Colombia se desangra

Imposible mirar hacia otro lado. En las manifestaciones de Colombia hay más de 20 personas muertas y cerca de mil heridos. La reforma tributaria propuesta por el Presidente Duque ha tenido un efecto explosivo y, pese a que dio marcha atrás, las protestas no han cesado.

Y es que el descontento no viene de esta reforma. Esta ha sido el detonante de una sociedad que demuestra no solo inconformidad sino hartazgo. Ya se vio en 2019, cuando movilizaciones de sindicatos, estudiantes, docentes y más, pusieron a prueba el reciente mandato de Duque. Entonces ya se denunció brutalidad policial.

Luego, en septiembre de 2020, el asesinato de un estudiante bajo custodia policial provocó acaloradas protestas que fueron ferozmente reprimidas. El saldo fue trágico: 13 civiles murieron en Bogotá. Algo similar ocurre ahora: los excesos policiales han sido motivo de denuncias y retaliaciones.

A esto se suman las irresponsables declaraciones del expresidente Uribe, un personaje lejos de ser inmaculado, que pidió que las fuerzas armadas y policiales hagan uso de su “derecho a usar armas para enfrentar la acción criminal del terrorismo vandálico”. Esto incendió al pueblo, que se sintió profundamente indignado y ultrajado.

Es evidente que no solo Uribe sino las fuerzas del orden en Colombia, ven a los manifestantes no como ciudadanos en su derecho, sino como terroristas.

Seis décadas de violencia han dejado una Policía y un Ejército altamente entrenados para enfrentar terroristas, más que para precautelar el orden. Ello ha ocasionado que la población reaccione con rabia, llegando igualmente a ver a los policías como enemigos a aniquilar. Y es que desde el inicio del mandato de Duque la población reclama que no se han respetado los acuerdos de paz. Al contrario, se ha vivido con militares y tanquetas en las calles, en un clima de tensión y amedrentamiento.

Pero hay una máxima que se encuentra en la base de estas circunstancias: sin equidad no hay paz. Colombia es el segundo país más desigual de América Latina y el séptimo del mundo según el Banco Mundial. Y esto no es poco, tomando en cuenta que Latinoamérica es la región más desigual del planeta.

Los colombianos y la región necesitan más acceso a servicios y bienestar. De otro modo, la desigualdad seguirá siendo caldo de cultivo de violencia, emigración y de los populismos.