Acudo a la versión de Camila Acosta, apresada por el régimen cubano mientras cubría las masivas protestas que, a pesar de los riesgos de la pandemia, se dieron en la isla caribeña.
La corresponsal del madrileño ABC enfatizó que Dios le había puesto allí para contar lo que vio; calificó al lugar donde estaba detenida como un campo de concentración, en el que se le sometió a dos interrogatorios cotidianos: “No se puede imaginar la cantidad de gente que han detenido y a la que han dado golpes, incluso a menores de edad”. Por su parte, la representante de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, exigió la excarcelación de los manifestantes y periodistas.
Los chispazos de libertad que están dándose en Cuba deben intensificarse y alcanzar proporciones que incineren el totalitarismo imperante desde hace más de sesenta años de opresión y miseria.
Yoani Sánchez, a la que no le permitieron los déspotas viajar a los Estados Unidos y España para recibir los máximos premios de periodismo de la Universidad de Columbia y del Diario El País, respectivamente, escribió que esas manifestaciones, sin precedentes en los últimos 62 años que dura el reinado de los Castro, piden Patria y Vida: “En La Habana, por todas partes hay policías, militares y civiles afines al Gobierno con garrotes en las manos. Dentro de las casas, el malestar aumenta y las lágrimas corren. Miles de familias buscan a parientes en las estaciones de policía. Estos focos de inconformidad son ahogados a golpes y disparos de las tropas especiales, las avispas negras”.
Dice mucho la primera reacción del mandatario Díaz-Canel: “La orden de combate está dada, estamos dispuestos a todo”. Ninguna novedad, ya que siempre los absolutistas proceden de esa manera en desmedro de los Derechos Humanos, la libertad y la democracia.