César Ulloa
Cuando la ley no importa a quienes ejercen el poder, poco o nada se puede exigir a la ciudadanía. Si el ejemplo es lo último para quienes administran los recursos del Estado, la demagogia es lo primero y cercanamente viene el populismo. En todos los espacios de decisión, me refiero a las funciones del Estado y niveles de Gobierno, ocurre lo mismo. Una pisca de poder para cualquier servidor o servidora públicos y la arbitrariedad se impone. Como es arriba, es abajo. Las formas de manejar el poder, lastimosamente, se replican y con el tiempo se exacerban.
Fue el politólogo argentino Guillermo O´Donnell quien integró en el estudio de la ciencia política el concepto de democracia delegativa para explicar el comportamiento que tienen los líderes cuando ganan elecciones e inician su gestión en el poder. A cuenta de unos votos ganados en las urnas, muchos o pocos, justifican sus decisiones arbitrarias en la conducción del Estado. Justifican sus bravatas, interpretaciones legales, orientaciones económicas, porque el “pueblo” les otorgó esa dignidad. Este virus se observa en todo el mundo, pero en algunos países tiene mayor impacto como el nuestro a lo largo del tiempo.
Esa máxima de que en democracia se gobierna para las mayorías y las minorías se diluye con este tipo de liderazgos, pues ni siquiera lo hacen para unos o para otros, sino para sí mismos. Para salirse con las suyas y engrosar el anecdotario como si la conducción de un país fuese un conjunto de probetas al interior de un cuarto de experimentación química. Los efectos inmediatos son la falta de credibilidad en las leyes, las instituciones y el endiosamiento de las personas. El culto al ego y los líderes de barro.
En estas elecciones, una de las prioridades es volver a tener autoridades en la Asamblea y Ejecutivo que cumplan las leyes, que actúen por fuera de sus intereses y que se retiren de cualquier puesto con la frente en alto, sin guardaespaldas y puedan caminar libres en las calles, esas mismas calles por las que hicieron proselitismo electoral en varias ocasiones. Pasar del país que hace lo que le da la gana a otro tiene un costo, pero vale la pena seguir insistiendo.