Catar versus Ecuador

Kléber Mantilla Cisneros

La suerte del pobre está salpicada por el fútbol, decían en mi barrio, aunque dure poco y dependa de la mala hora del rival. Es que, en la fiebre mundialista de un encuentro deportivo todo puede pasar: ganar, empatar o perder; pero, si seguimos nuestra cultura futbolera, seríamos más sensibles a detalles imperceptibles por las cadenas de noticias que sacarían un respiro y unificarían excepcionalmente el concepto devaluado de país. Cada hincha, desde su punto de vista, aprobaría o rechazaría lo que transmita la televisión con el mismo interés del especialista y locutor del periodismo deportivo.

Con optimismo, desde esta columna apoyamos a ‘La Tri’ en medio del caos que nos rodea. Un eje catalizador de nuevos días plasmado en jóvenes deportistas que recrean su propio camino hacia el triunfo con esfuerzo, cooperación y unidad. Una parte de esmeraldeños y afroecuatorianos con horizontes dentro de una cancha de juego que contradicen al arquetipo de las pandillas urbanas. Lo lograron antes, al contagiarnos del optimismo por una victoria nacional como si ya hubiese sucedido.

Y no basta con vencer a un anfitrión árabe dispuesto a comprarlo todo en el desierto; el fútbol mundial y sus democracias tienen que garantizar los derechos, la paz y dignidad humana en los estadios desarmables del Mundial de Catar 2022 y fuera de ellos. La vida, naturaleza y futuro del planeta son una consigna ante un demencial ataque nuclear de cualquier nación autoritaria que la desmemoria histórica y la desinformación se han encargado de invisibilizar, pero la literatura y el fútbol lo recordarían. El negacionismo del calentamiento global y la crisis climática saldrían a flote de un puntapié.

No es un asusto de fanatismo y devoción de millones de personas crédulas tras un relato de diversión inocente para niños sino de la industria del consumo del gran espectáculo con dios y ley propios. El negocio privado de la FIFA renovado en escándalos y tecnología, lavanderías, explotación laboral, reventas y sobornos como se demostró hace unos años. Pero, esta vez no hay tiempo para indignarse ni por la llamada ‘esclavitud moderna’ catarí porque la euforia del hincha de acá no espera. Cada gol será una mezcla de melancolía y encanto; quizá el primero sea: ¡gol ecuatoriano!

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