Castillos de humo

Silicon Valley, ubicado en la ciudad de San Francisco en los Estados Unidos, alberga empresas emergentes como Facebook, Google, Apple y también está cerca de universidades punteras en tecnología como es el caso de Stanford y centros de investigación como el perteneciente a la NASA. Los habitantes de la zona suelen ser graduados de estas universidades prestigiadas a nivel mundial, que emprenden o inventan algo, se hacen millonarios gerenciando sus negocios, lucen una imagen cómoda con ropa muy costosa y zapatos deportivos, lideran un discurso amigable con el medio ambiente y altruista con los menos favorecidos. Un modelo de vida ideal y exitosa.

Alcanzar ese éxito antes de los 30 años, se ha vuelto la meta de las nuevas generaciones elitistas, también en nuestro país. Cada vez son más los jóvenes que aspiran estudiar en otros países, no necesariamente por interés académico sino más bien por aspiración social. Comprensible porque el mundo globalizado rompe fronteras y amplia los intereses.

Pero ese modelo de éxito también cultiva castillos de humo. Esta semana inició el juicio por fraude contra Elizabeth Holmes de 37 años, uno de los mayores fiascos de Silicon Valley.  Holmes enfrenta una posible condena de 20 años por haber mentido a los inversionistas que confiaron en su máquina llamada Edison que podría hacer análisis integrales con una sola gota de sangre. Su propuesta revolucionaria, que presentó a los mayores empresarios y políticos estadounidenses cuando tenía solo 19 años, le llevó a abandonar sus estudios en Stanford y fundar su empresa con inversiones de más de 700 millones de dólares que habrían sido mal gastados en su vida de lujos y en su falaz invento.

Tener jóvenes con grandes metas y ambición académica, es un privilegio para cualquier sociedad. Pero la mística de trabajo y los proyectos de vida exitosos no siempre nacen en los lugares más espectaculares. El camino completo hay que recorrerlo desde el inicio.