Carlos Freile
Por noticias llegadas por diferentes medios nos hemos enterado de la cantidad de candidatos participantes en las elecciones pasadas con una carga de ilegalidades, por decirlo de manera suave. Llama la atención que los ecuatorianos, en un casi cincuenta por ciento, se hayan decantado por una agrupación electorera vinculada de raíz con personas condenadas por diferentes delitos cometidos en ejercicio de funciones públicas. Es esta una realidad aterradora, pues significa la aprobación masiva de conductas contrarias a la ética pública y al bien común.
Por allí tenemos un excontralor, justamente el funcionario encargado de velar por la honradez en la administración pública, condenado en otro país por delitos monetarios; ¿será casualidad que sus compañeros de agrupación hayan recibido tanto apoyo? Dicen por ahí: “Dime con quien andas y te diré quien eres” y también: “Cada oveja con su pareja”. No nos admira que quienes han convertido la política en un festín para devorar los fondos públicos se ayuden entre ellos, pues sabemos que “el asno rasca al asno”, pero que el pueblo, a quien creemos sano, honesto, ansioso de justicia, elija justo a los cómplices, sea por acción, sea por omisión, es tristemente incomprensible.
Si ahondamos un poco en esta desagradable circunstancia, caemos en cuenta que no es tan incomprensible: nuestra gente ha perdido en sentido del bien y del mal, ha caído en el abismo de la amoralidad, de ignorar las bases mismas de la convivencia en sociedad. En términos de conducta hemos regresado a épocas arcaicas, anteriores a la promulgación de los primeros códigos penales, cuando los dueños del poder, con garrote o con puñal, imponían sus apetitos a los débiles; en esas lejanas sociedades, los criminales se asociaban y recibían el apoyo de los cobardes, pero también de quienes ansiaban recibir las migajas de sus festines criminales.
¿Es que la mitad de los ecuatorianos ha olvidado la desaparición de los fondos recaudados para ayudar a una provincia destruida por un terremoto? ¿Ya no se acuerda de un inmenso campo aplanado sin beneficio alguno? ¿Han desaparecido de la memoria tanto negociado, tantos “acuerdos entre privados”, tantos…?
Desde la perspectiva que dan los años, tanto de edad como de estudios de nuestra historia, no cabe otra conclusión: nuestra sociedad está podrida hasta la médula, la gangrena de la corrupción la ha carcomido. ¿Cómo podremos cortar por lo sano, como se hace con la gangrena física?
Para completar el cuadro de amoralidad endémica acudamos a las aseveraciones de los dos principales dirigentes del socialismo llamado “real”; en primer lugar, Lenin: “Es moral lo que conduce la triunfo de la revolución”; en segundo, Stalin: “No importa quien vota, sino quien cuenta los votos”. Y a este respecto bien cabe citar otro refrán: “Cierto animal muda de pelo pero no de mañas”.