Carlos Freile
Dentro de pocas semanas tendrá lugar en Quito el 54º Congreso Eucarístico Internacional, evento de trascendencia mundial para los católicos, por eso, en memoria de la tradición que ha impregnado nuestra realidad social, dedicaré algunos artículos a dar una visión histórica del lema de este Congreso: “Fraternidad para sanar al mundo”.
Dado que mis benévolos lectores, más pocos que muchos, se cuentan entre tirios y troyanos no ahondaré en asuntos teológicos que aclararían la conducta de los católicos frente a los demás seres humanos.
Cuentan los documentos referentes a las primeras comunidades católicas que los paganos se admiraban del amor dominante en ellas entre todos sus miembros, de hecho compartían bienes y se ayudaban los unos a los otros.
Tal vez el más importante impacto social de la comunidad de creyentes en Jesús se relacionó con la vigencia de la esclavitud. Recordemos la realidad de esta deplorable institución en el Imperio Romano: algunos seres humanos eran libres por nacimiento y otros nacían para ser esclavos, conforme a la tesis de Aristóteles. Los esclavos eran comprados como cosas y como cosas tratados, sin derecho alguno, el amo tenía sobre ellos derechos absolutos, incluido el de quitarles la vida. En un texto de la época se narra que alguna dama romana crucificaba esclavos para distraerse con su sufrimiento; solo más tarde el matar a un esclavo se consideró homicidio no punible, antes era juzgado como un atentado contra la propiedad y nada más.
Cuando se formaron las primeras comunidades católicas, todos los bautizados participaban de “la fracción del pan”, vale decir de la misa, sin distinciones de estamento o fortuna: el amo se sentaba junto a su esclavo, como hermanos, escuchaban la palabra de Dios, se daban la paz, comulgaban, agradecían… sin ninguna barrera. También se daba el caso de que algún liberto (antiguo esclavo liberado) fuese ordenado presbítero y como tal presidía la ceremonia eucarística y dirigía a la comunidad. Se sabe con certeza que en el primer siglo de la Iglesia varios papas fueron libertos.
Estos hechos provocaron una reacción permanente: un católico no podía tener como esclavo a un hermano en la fe, por consiguiente lo manumitía; allí no quedó el asunto: todo ser humano es hermano de los otros, por consiguiente también debe ser visto como tal y no como cosa o mercancía. Poco a poco, conforme crecía el número de católicos descendía el de esclavos, hasta que hacia el siglo VI la esclavitud como institución había desaparecido del Imperio. Junto con ella también vio su ocaso definitivo el macabro juego de los gladiadores, condenados a combatir a muerte para divertir a los decadentes y crueles ciudadanos del mundo grecorromano.
Esta realidad no es invento de historiadores reaccionarios o ultramontanos, la puso de relieve el connotado historiador marxista Marc Bloch en 1946 en su estudio sobre la desaparición de la esclavitud antigua. (Continuará)