La construcción de un mundo nuevo

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Carlos Freile

Desde que el ser humano comenzó sus andanzas por la Tierra ha anhelado la consecución de un paraíso material; tanto en mitos fundantes de la cultura de un pueblo como en cuentos infantiles se ha cristalizado el ansia congénita de vivir una vida plena, sin problemas, dolores, desesperanzas. A lo largo de los siglos los gobernantes honestos y responsables trataban de dirigir a sus sociedades hacia mejores días, pero lo hacían dentro del respeto a las leyes naturales y sin pretender solucionar todas las dificultades con las que tropezamos sin poder evitarlo.

Pero desde el siglo XVIII se ha dado una tendencia, con los visos de irreversible, por la cual los políticos, a través del Estado, pretenden construir un mundo nuevo de justicia, paz, equidad, fraternidad, libertad…, mediante la satisfacción de todas las necesidades de los ciudadanos. Ese proyecto desde su inicio tuvo un básico ingrediente de totalitarismo: controlar todas las instancias de la vida humana para conseguir su cumplimiento. De aquí la famosa advertencia del general revolucionario Saint-Justen la Francia de 1789 dirigida a la población descontenta: “Si no quieren ser felices como nosotros queremos, les cortaremos la cabeza”. Ya no se trataba de conseguir una aceptable felicidad en esta vida, respetando las leyes naturales, sino de construir una sociedad basada en las ideas de unos cuantos visionarios, quienes cortaron cabezas.

Esta tendencia no ha desaparecido: se concretó también en el marxismo-leninismo, como es bien sabido, la revolución traería, al final de un proceso duro, el nacimiento de una sociedad sin clases y sin defectos para siempre: “el futuro que canta”, que decía Mayakovsky; quien se oponía al “proyecto” (ahora las comillas son obligatorias) era considerado un delincuente, suprimido de manera sangrienta, o un enajenado, sujeto a reeducación.

En la actualidad la pretensión de eliminar el mal de la sociedad mundial se presenta desde la ONU para abajo en innumerables instituciones, con la colaboración de los medios de comunicación, de los planificadores de la enseñanza, de los vigilantes de la salud… Se ha constituido un “mesianismo laico”, en frase de san Juan Pablo II, en referencia a los totalitarismos del siglo XX, convertidos en “verdaderos infiernos”; hoy el camino pareciera distinto, pero conduce al mismo fin: dar (nótese el verbo) la felicidad a todos desde una teoría que absolutiza sus objetivos y los quiere imponer por cualquier medio, y el primero es suprimir, poco a poco, la libertad.Y recibiremos la satisfacción del buey en su pesebrera.