Carlos Freile
Cuentan que un torero andaluz, cuando le presentaron a Ortega y Gasset como filósofo, comentó: “Hay gente pa’ to´”. Pues también hay gente “pa´to´” en la política, esa que se cree muy democrática porque defiende el voto universal e igualitario, pero después prohíbe o dificulta la expresión de ideas ajenas a su visión del mundo. Clama por la libertad de expresión pero impide y condena el poner en la palestra pública no solo opiniones sino hasta certezas científicas contrarias a su credo. Y sí, digo “credo” porque en la mayoría de los casos defiende con garras y dientes sus propias creencias acríticas sin nunca someterlas a un proceso de análisis racional. Abomina de las infalibilidades religiosas y se prosterna ante las seculares, resultantes muchas veces de meros prejuicios o de ignorancias atávicas.
No se trata tan solo de imponer esta o aquella convicción sino de imponer la propia como única forma de ver el mundo: el conjunto de formas posibles de vida debe someterse al dictado de unos iluminados autodenominados científicos; allí caben valores y principios, creencias y certezas, todas deben unificarse a tenor de los dictámenes de esa gente democrática en las apariencias y totalitaria en el fondo. El objetivo final de esta opresión sistemática es imponer a fuerza de presiones culturales, políticas, económicas, un excluyente sentido de la vida. Quien no cede y defiende el suyo, el logrado a través de reflexiones, es condenado a una muerte simbólica, es anulado del mundo de los humanos dignos de respeto, se le silencia y esconde. Así como en las escuelas y colegios existen chicos miserables que imponen “la ley del hielo” a los compañeros de su desagrado por cualquier motivo, así los tiranos del pensamiento borran del mundo de las ideas a quienes se atreven a disentir. En las democracias totalitarias se impone una forma de terror comparable al establecido sobre la población en las tiranías conocidas, de cualquier color, rojas o negras, pardas o azules.
La perversa consecuencia de este totalitarismo en las ideas es la renuncia a las propias convicciones de los cobardes, toda una cohorte de pusilánimes adapta su cerebro a las modas impuestas por los mandones y así garantizan sus lentejas en desmedro de su libertad. Quienes defendemos la libertad de pensamiento y de opinión debemos impedir que nos dominen los demócratas totalitarios, no sea que nos suceda lo de aquella señora de los tiempos de la Revolución Francesa, en la que todos eran ciudadanos iguales, quien exclamó: “¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” mientras la llevaban al cadalso.