Avances y retrocesos

Manuel Castro M.

El Ecuador es país joven —192 años como república—, por lo que no hay que asustarse si a veces retrocedemos y no siempre avanzamos. Si se estudia nuestra historia vemos que desde 1830 hemos avanzado: se ha logrado igualdad ante la ley, libertad electoral y de educación, la mujer ya no es  incapaz relativa, los derechos de los trabajadores han sido reconocidos y muchas conquistas más sociales y económicas, como la existencia de la seguridad social, todo dentro de nuestras limitaciones. No hay que olvidar que pasamos de la monarquía que vivimos en la época colonial, con todos los prejuicios y tradiciones españolas, a país independiente y republicano.

A pesar de lo que afirman algunos radicales, no somos racistas, sino que tenemos prejuicios raciales, pues lo indígena y lo español es sangre de nuestra sangre, y es “escupir al cielo” degradar a nuestros ciudadanos por el color o por la situación social y económica. Es triste herencia del coloniaje el trato que se ha dado a parte de la población indígena. Pero se ha avanzado, primero porque se ha visto que somos un pueblo mestizo, en lo racial y cultural, y luego porque los afanes de justicia, igualdad y equidad han permitido cierto avance de nuestra sociedad.

La mayor objeción es en lo político, herencia de nuestra inexperiencia, falta de preparación y de visión en la mayor parte de nuestros líderes y del pueblo. Sin embargo, hemos tenido gobernantes  eficientes: Rocafuerte, García Moreno, Alfaro, Ayora, Galo Plaza, Velasco Ibarra, Camilo Ponce, de quienes muchas veces el sectarismo solo ve sus limitaciones, obviando sus realizaciones.

La expresión italiana “corsi y recorsi” nos llega, pues el acontecer histórico no avanza en forma lineal empujado por el progreso sino en forma de ciclos. Hoy sufrimos una crisis por sucesos conocidos, pero debemos aspirar a afrontarlos no con demoliciones y chismes, sino con energía y fe. Surge el humor quiteño: demoler Carondelet, pues allí se asesinó a García Moreno; el Penal García Moreno, donde se asesinó a Alfaro; y la Catedral pues allí se envenenó a Monseñor José Checa y Barba, Arzobispo de Quito.