¿Se puede hablar de una autoestima electoral saludable cuando un importante segmento de la población beneficia en cada elección a quienes han saqueado el Estado? ¿No será, acaso, que la autoestima se expresa en la manera que elegimos a los candidatos y a las candidatas a las distintas dignidades? ¿La manera de escoger a quienes nos gobiernan, acaso refleja el amor propio que tiene la población? ¿Por qué vivimos repitiendo que se debe votar por el mal menor? ¿Qué hay detrás del voto vergonzante en cada elección? ¿Será que el pueblo merece los gobernantes que tiene?
Las elecciones son la expresión de la voluntad popular, sin embargo, detrás de esa misma expresión hay identidades que optan históricamente por ciertas características de los candidatos. Esta situación no es propia ni exclusiva del Ecuador, porque sucede con mucha frecuencia en la región. El modelo que prevalece es el liderazgo mesiánico, el discurso populista, las ofertas sobredimensionadas que nunca se cumplen, la figura del bravucón que insulta para inflamar su idea de hombría y “bien parado”, el uso de lo popular para persuadir a la mayoría de la población que vive en condición de pobreza y extrema pobreza. La idea de que la esperanza nunca muere está siempre viva.
Parecería que entre una elección y otra, el relato se repite con rostros distintos y que no han tenido la capacidad de reinventar el proselitismo ni la gestión gubernamental, pero tampoco hay una población que exija más a los candidatos y a las candidatas. Por tanto, hay una zona de confort para los políticos y otra en la que se sitúan los electores. Los unos dependen de los otros y no salen del mismo juego. Es un vicio que se reitera y recicla. Entonces, hay un patrón de comportamiento electoral histórico para favorecer las expresiones que exacerban y utilizan la esperanza del pueblo en contra de un enemigo inventando para la ocasión.
La campaña sucia hace parte de este juego, pero ahora es viralizada para amplificar el morbo de manera más veloz y sin límites. En la campaña no hay reglas, porque los votos se ganan con cualquier recurso. No hemos salimos de la trampa.