Los creadores de arte son la columna libertaria del pensamiento, por eso incomodan al poder omnímodo, que lamentablemente emerge en sociedades desorientadas. Después de dirigir por dos años una sinfónica en Estados Unidos, retornó al país la joven y prestigiosa maestra Andrea Vela, quien hizo algunas presentaciones durante su estancia. Sin embargo, no fue “captada” para retomar la dirección de la sinfónica de Loja, ni para suceder a Manzano en la Sinfónica Nacional, no por falta de méritos sino por aversión política.
Los méritos del arte son juzgados por sus públicos y sus críticos, pero muchas veces son víctimas de la equivocada visión política, la historia subraya hechos sobre escritores, pintores, músicos, y otras víctimas del poder de turno. Ciertamente las valoraciones casi siempre son subjetivas, pero el reconocimiento a la creación es lo que importa.
No solo sucede aquí, China exilió al genial Ai Weiwei por discrepancias políticas, explicable en un país de sistema “rígido”, pero aquí aún no llegamos.
El ministro de cultura la ignoró, como a otros, por no estar de acuerdo políticamente. Hay otros casos víctimas de decisiones incongruentes, en las que los menos buenos fueron premiados y los mejores ignorados.
En el ámbito cultural priman las apreciaciones subjetivas, pero es inaceptable que la política distorsione el mérito. Se premian amigos y no a los mejores, así el país no podrá salir del subdesarrollo mental que nos tiene desconcertados, enemistados y fragmentados.
A la vez que libre, el arte como expresión profunda del espíritu humano, no puede tener barreras porque manifiesta un ataque frontal a la esencia de la creatividad y la libertad misma de expresar ideas a través de la armonía de la belleza. El reconocimiento de valores internacionales es justo.