Arigato

Mientras se escuchaba el himno nacional y ondeaba el estandarte de los nipones en lo más alto del Estadio Olímpico de Tokio, de manera esplendorosa y con la participación de grupos folclóricos Japón despidió a las delegaciones de los 204 países que participaron en los Juegos Olímpicos que acaban de concluir y con el anuncio de que las próximas olimpiadas serán en el 2024, en París, por lo cual también resonó La Marsellesa.

No se olvidó a las víctimas de la pandemia que inclementemente azota al mundo y que va dejando millones de muertos, por ello, previamente en este escenario se escuchó los golpes en el taiko, el tambor que honra a los fallecidos.

Es del caso resaltar la exitosa participación de atletas ecuatorianos en estas jornadas deportivas de máxima valía universal, que alcanzaron dos medallas de oro, una de plata y diplomas; el mérito reluce aún más si sus esfuerzos superaron las limitaciones propias de la pobreza y la falta de estímulos apropiados de organismos nacionales llamados a ello, entre otros factores adversos.

Finalmente, en lo alto del cielo nocturno de aquel impresionante, gigantesco proscenio deportivo resplandeció, en grandes caracteres, la palabra arigato, frecuentemente usada en esos territorios de reconcentradas cortesías y que testimonia el agradecimiento a las centenares de naciones que respondieron para que la llama olímpica siga brillando, como sinónimo de esperanza, superación, excelencia, triunfo.

Este término que significa gratitud, es uno de los más utilizados y apreciados en el País del Sol Naciente, junto a estos otros dos: onii chan (cariño, admiración, respeto, el amor platónico de una adolescente para un hombre entrado en años) y, sobre todo, sayonara, con esencia de dulzura y desgarramiento, que refleja la nostalgia anticipada  que entraña el adiós.