Apagón digital

Lunes 4 de octubre, 11:00. Mi teléfono no emite notificaciones. ¡Debo haberlo dejado en silencio! Verifico. Está encendido. Seguramente se cayó el Internet de casa. Aprovecho ‘la desconexión’ para avanzar con una presentación en mi computadora. Abro el navegador y Google funciona sin problema. Los portales de noticias anuncian caída de las plataformas de Facebook a nivel global.

No fue un buen día de trabajo para quienes manejamos contenido de redes sociales. Tampoco fue productivo para quienes dependemos de WhatsApp para comunicarnos con nuestros equipos o para recibir pedidos de nuestros clientes. Fue un lunes con sabor a sábado, pero con la ansiedad de haberse presentado al examen final sin haber estudiado.

Y si nosotros lo pasamos mal. Imagínense Mark Zuckerberg que perdió 7 billones de dólares por un apagón de seis horas. Si la caída llega a prolongarse el multimillonario quizá hoy solo sería un millonario más. Miles de millones de personas migraron a Telegram y Signal. Otros bromearon de que era el momento de desempolvar las estampillas o volver a conectar el fax. Incluso utilizar la tan desvalorizada llamada telefónica.

Pero, más allá de la ironía y las bromas (porque hubo mucho sarcasmo en Twitter) lo del 4 de octubre evidenció otra vulnerabilidad de la sociedad actual. Porque podemos estar unas horas o un día sin acceso a Facebook, Instagram y WhatsApp, pero un daño más prolongado o la caída de un proveedor mayor puede ocasionar una hecatombe.

¿Se imaginan lo que hubiese sido el confinamiento sin Internet? Sí, quizá habríamos compartido más con la familia y habríamos escuchado más la voz de las personas queridas, habrían circulado menos cadenas absurdas y fakenews. Pero la economía habría sufrido una estampida (peor aún) y la salud mental por la sensación de encierro habría subido a cifras incalculables.

En el mundo actual, con la tecnología es una de cal y otra de arena. Lo cierto es que, como están las cosas, un apagón digital puede resultar en un apagón mental.