La parábola del Sadhu

Ana Changuín

En tiempos de crisis e incertidumbre, la ética deja de ser un ejercicio teórico y se convierte en un dilema cotidiano. Nos enfrentamos constantemente a situaciones donde debemos decidir entre involucrarnos o pasar de largo, entre asumir responsabilidades o ignorarlas. ¿Hasta dónde llega nuestra obligación moral cuando formamos parte de un grupo?

Un famoso caso, publicado ya hace algunos años en Harvard Business Review, plantea esta misma pregunta en ‘La Parábola del Sadhu’. Ahí el escritor Bowen H. McCoy narra su travesía por el Himalaya, donde, junto a su equipo de ascenso, encontró a un sadhu indio agonizando en el frío. Cada integrante del grupo hizo algo para ayudarlo: le dieron ropa, comida, lo movieron a un lugar más cómodo. Pero ninguno asumió la responsabilidad total de su bienestar. Al final, todos querían continuar su camino a la cumbre y el sadhu quedó solo, en una situación incierta.

Cuando leí esta historia por primera vez, sentí un golpe en el estómago. No porque el desenlace fuera sorprendente, sino por su paralelismo con nuestra realidad. El sadhu no es solo un desconocido abandonado en las alturas del Himalaya; el sadhu es el niño que vemos en la calle; es la mujer que sufre violencia y a la que ofrecemos palabras de solidaridad sin tomar acción real; es el joven sin oportunidades, el amigo en problemas que nos pide ayuda y nos despierta indignación momentánea antes de que regresemos a nuestra cotidianidad.

El dilema expone con crudeza la brecha entre la ética individual y la ética colectiva. Como individuos, podemos sentirnos moralmente inclinados a actuar, pero cuando estamos en una estructura grupal, las decisiones se diluyen. Nadie asume el problema como propio. Nadie es el líder moral que dice: «Detengámonos y salvemos al sadhu».

Pensemos en el Ecuador de hoy, en nuestra crisis social, en la fragilidad de las instituciones, en la indiferencia hacia el otro. La inseguridad, la desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades son los ‘sadhus’ de nuestra realidad. Sabemos que el problema existe, pero seguimos adelante sin mirar atrás.

No puedo olvidar que en la historia del sadhu, el escritor intenta justificar en varios pasajes: «Todos hicimos algo». Pero la pregunta que finalmente toma fuerza es: ¿hicieron lo suficiente? Porque la ética no se mide por gestos aislados, sino por la voluntad de transformar realidades.

Sé que estas líneas pueden sonar idealistas y que no podemos resolver todos los problemas ni salvar a cada sadhu que encontremos en el camino. Pero la verdadera cuestión queridos lectores es si estamos haciendo lo suficiente. Si al final del día podemos mirar atrás y decir que dimos un paso más allá de lo cómodo, que tomamos una decisión que pesó en nuestra conciencia, que hicimos algo significativo en lugar de conformarnos con lo mínimo todos los días.