Ana Changuín
El país se ha pronunciado. Ha votado en democracia y ha renovado su confianza en el liderazgo del presidente Daniel Noboa para los próximos cuatro años. Esta elección no solo definió un nombre, sino que reafirmó el anhelo colectivo de estabilidad y continuidad, tras un ciclo político excepcional marcado por la disolución de la Asamblea en 2023.
Este nuevo mandato arranca bajo el signo de la urgencia. No solo institucional, sino vital. Ecuador atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia reciente: somos el país más violento de América Latina, con territorios capturados por el crimen organizado y una ciudadanía que vive entre la angustia y la resistencia cotidiana.
Por eso, lo que viene exigirá más que administrar. Gobernar hoy implica incluir, tender puentes, convocar sin exclusiones. Escuchar tanto a quienes respaldaron este proyecto como a quienes no lo hicieron. Porque el país necesita unidad, pero también dirección. Las grandes tareas —seguridad, justicia, equidad— no pueden seguir postergándose. Son el punto de partida de una nueva etapa que solo podrá construirse con todos.
Los primeros cien días serán decisivos. La seguridad es impostergable: se necesita actuar con firmeza, coordinación y sin titubeos. La economía, asfixiada, requiere oxígeno inmediato: inversión, crédito productivo, acuerdos público-privados, alivio financiero. La gobernabilidad demanda acuerdos reales, un nuevo espíritu de diálogo entre las funciones del Estado. Y los servicios sociales —educación, salud, niñez— deben ser atendidos con urgencia, sensibilidad y visión de futuro.
Porque si algo ha dejado en evidencia este proceso electoral, es que Ecuador está partido. No solo en pensamiento, sino en modelo de país; fragmentado por desigualdades profundas y necesidades históricamente desatendidas. Pero también es un país dispuesto a reencontrarse. Porque más allá de sus diferencias, la ciudadanía clama por lo mismo: paz, trabajo y futuro.
Hoy los ecuatorianos volvemos a nuestras rutinas. A los oficios, a los mercados, a las aulas, a nuestras luchas cotidianas. Pero lo hacemos con la convicción de que algo puede empezar a cambiar luego de las elecciones. Que hay una oportunidad para cerrar brechas, para colocar al país por encima de los cálculos políticos, y caminar —al fin— hacia un Ecuador más justo y menos desigual.
La campaña, el voto, las elecciones, fueron apenas el prólogo. Ahora comienza lo más difícil: una etapa que requerirá sabiduría, integridad y compasión al servicio del país.