Ana Changuín
Un joven en una comunidad rural ecuatoriana, sentado junto a una ventana intenta descifrar el contenido de su cuaderno antes de que la oscuridad lo obligue a parar. En una era donde la conectividad y la tecnología son esenciales, la crisis energética que atraviesa Ecuador pone en jaque un pilar del desarrollo: la educación. No se trata solo de horas sin electricidad, sino de un obstáculo profundo en el camino hacia la igualdad y la inclusión.
La situación es alarmante. La falta de electricidad ha desarticulado las actividades académicas en todo el país, afectando tanto a estudiantes en aulas como en sus hogares y forzando a niños, jóvenes y adultos a estudiar en condiciones aún más precarias. En la Costa, donde las altas temperaturas y la humedad agravan la situación, los apagones representan un golpe aún más duro, mientras que las jornadas vespertinas y nocturnas a nivel nacional enfrentan interrupciones que dificultan su aprendizaje y ponen en riesgo sus programas de estudio.
Los cortes de luz interrumpen no solo el aprendizaje en el aula, sino también las horas de estudio en casa, los deberes y la posibilidad de acceder a recursos digitales. En un país donde solo el 34,7% de los estudiantes en áreas rurales cuentan con acceso a internet, no hay margen para retroceder. Esta realidad limita aún más las oportunidades de niños, jóvenes y adultos en condiciones de pobreza, quienes no pueden costear fuentes alternativas de energía, como generadores o baterías recargables. ¿Estamos ante un “apagón educativo” en plena era digital?
Esta crisis expone la desigualdad en el acceso a una educación de calidad. Mientras las instituciones privadas pueden, en cierta medida, mitigar los efectos de los apagones, las escuelas públicas, debilitadas por décadas de escasa inversión, no pueden ofrecer alternativas a sus estudiantes. Los profesores no pueden preparar clases ni actualizarse, ni pensar en capacitación o formación continua.
Mientras en otras partes del mundo el debate educativo gira en torno a nuevas tecnologías, inteligencia artificial y métodos innovadores para ampliar el aprendizaje, en Ecuador, volvemos a depender de velas y linternas para estudiar. La educación en todos sus niveles –para niños, jóvenes y adultos– enfrenta un retroceso inadmisible, como si en lugar de avanzar hacia el futuro, estuviéramos volviendo a una época en la que la luz del conocimiento dependía del fuego.
La educación es la base de un país próspero, y la electricidad, sin duda, un recurso esencial. Si queremos un Ecuador donde todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades, necesitamos una solución de fondo que ilumine, literalmente, el futuro de nuestro país.