Ampliar horizontes

La UNESCO, en su Asamblea General, en París, el 15 de noviembre de 1995, estableció la celebración internacional, que comenzó intensificándose en 1998 y perdura hasta la actualidad.

Esta conmemoración, que se conoce como el Día del Libro, se realiza a nivel universal, de acuerdo a la importancia que le brindan en los países, según su sensibilidad para la cultura; se cumple, anualmente, cada 23 de abril, en rememoración al fallecimiento de tres grandes de las letras planetarias: Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega.

Las consideraciones centrales para que el mencionado organismo de la ONU haya adoptado esta feliz realización radican básicamente en sólidas argumentaciones, como que “la lectura nos puede ayudar a combatir el aislamiento, reforzar los lazos entre las personas y ampliar nuestros horizontes: instrumento eficaz para luchar contra la pobreza y construir una paz sostenible. Al compartir conocimientos, lecturas y libros hacemos comunidad y podemos conectar a lectores de todo el mundo”.

Las bondades del libro son de conocimiento general; a pesar de ello, las instituciones obligadas a fomentarlo no siempre brindan los estímulos debidos, por  causas de naturaleza diversa, para que la industria editorial, la ampliación de bibliotecas y actividades conexas alcancen las anheladas proporciones, especialmente en pueblos como el nuestro, donde los índices de lectura son deplorables.

 Se afirma que  los países atrasados pertenecen al ámbito del subdesarrollo que, ante todo, es mental, como se ha puntualizado. Para reducir la peyorativa contundencia de esta catalogación se les edulcora como en vías de desarrollo. El libro, sin duda, posibilita salir del estancamiento, ya que ofrece caminos hacia la prosperidad.