“Amar lo que se hace”

Voy a tratar de responder a la pregunta que me hacen con frecuencia respecto de mi trabajo, que a veces puede parecer extenuante y además multidireccionado, diverso, sin parar, sin mirar los tiempos, etc.

La verdad es que la respuesta válida es aquella que sirve de titular a este artículo; es decir, para mí la única manera de hacer un trabajo es amar lo que se hace. Si no me gusta lo que hago, si encuentro tedioso lo que ejecuto, seguramente tendría que dejar de hacerlo.

También en muchas oportunidades he manifestado que lo que vuelve tan agradables mis días laborales tiene que ver con la pasión que uno le pone a su trabajo, las ganas de hacerlo. En mi caso también constituye una parte importante el que pueda hacer cosas variadas, lo que no da tiempo ni espacio al aburrimiento o al cansancio.

Lo ideal es que a cada uno le guste el trabajo que hace; por cierto, que lo que a unos nos parece divertido, a otros los puede dejar indiferentes o tal vez hasta odiar y rechazar la sola idea de dedicarse a una actividad. Por ello vale la pena poner énfasis en algo que llamábamos “orientación vocacional”, que sirve precisamente para guiar a los más jóvenes, usualmente a los que se encuentran en la etapa del bachillerato, en lo que serán las futuras carreras.

Yo creo que esa orientación vocacional debe venir desde más atrás, desde la infancia, cuando padres y maestros desarrollan la creatividad de los niños y estimulan su curiosidad, lo que sin lugar a duda puede ir enrumbando los intereses, las aptitudes de los niños hacia espacios en los que se mezcle lo lúdico con los aprendizajes, que puedan encaminarlos a futuras carreras, oficios, ocupaciones.

Si amamos lo que hacemos, nuestro trabajo será mejor y dará óptimos frutos. Nos sentiremos más satisfechos con nosotros mismos y la relación con los demás será más armoniosa y equilibrada.