Alfonso Espín Mosquera
A pesar de lo que nos circunda, de manera personal o como sociedad, todos los días nos levantamos rumbo a nuestras actividades y continuamos como si nada. Procuramos nuestros planes y hasta nos ilusionamos por ellos, aunque de pronto por una dolencia, o algo porque algo no salga como esperamos, cambie nuestro panorama. En la calle todos cumplimos un rol: unos, conduciendo circunspectos camino de la oficina; otros, dando tránsito para intentar desvanecer los atolladeros de tanto vehículo suelto en la urbe; muchos, de menesterosos en cada semáforo, afligidos de carestía y a la búsqueda de alguna miseria desde alguna ventana generosa.
Nos hemos acostumbrado a vivir así, entre los acontecimientos perversos del mundo político, las novedades de las redes sociales, la publicidad repetitiva de tanta valla a lo largo de la ciudad y, muchas veces, la monotonía de una existencia citadina carente de afectos y promiscua de materialismo.
Lo cierto es que no sabemos a dónde caminamos. Las elecciones que se avecinan, los aconteceres de la vida pública, la gobernanza del país y el mundo, han caído en las peores manos. Nos quejamos de los errores de los gobernantes, de la deshonestidad y el descaro de los asambleístas, y nosotros buscamos un egoísta e individualista bienestar personal y punto.
Como tengamos sustento, comodidades, la vida del país es una simple novela; seguimos las noticias por tener de qué alarmarnos y para comentar entre nuestros amigos lo mal que está la Patria, la perversión del mundo actual, en fin; pero, nos hemos acostumbrado a que nos gobiernen, a que hagan del país lo que les dé la gana. Ahora son los cantantes de la rockola, los faranduleros, los dueños de casas de cita, la mayor parte de veces sin ninguna instrucción quienes se han tomado las riendas de la nación y, la verdad, nadie quiere intervenir porque la política se ha convertido en oficio de pillos. Hay que ser tunantes en alto grado, hasta narcotraficantes para vincularse con ese bajo mundo, que generalmente es peor que el de los rateros de esquina.
Solamente hay que ver las ínfulas y lo descarados que son los “padres de la Patria”, por ejemplo en estos días, cuando se les cayó el juicio contra la fiscal general. Qué boca, qué ademanes, qué sinvergüenzas… Y no es mejor en otras tiendas políticas, no hay ideologías, los 280 movimientos políticos acreditados por el CNE, son espacios electoreros que se alquilan al mejor postor venga de donde y de quien venga.
¿Y ante todo esto, dónde está la gente buena? ¿Dónde están los íntegros, los hay?
Retirados como espectadores o encerrados en sus propias viviendas, temerosos de la violencia y asombrados de las fechorías diarias de los que tienen el poder político.
Dónde quedó Quito, la libertaria, la luz de América, ahora descuidada y cochambrosa por doquier. ¿Dónde quedó el espíritu indómito? Hoy nos resbalan las picardías, las noticias criminales las tragamos con el desayuno, el almuerzo va entre la farándula y el fútbol; en la noche algún reality y otra vez la rutina para mantener nuestro status quo.
Ojalá mañana nuestros hijos no nos reclamen esta pasividad. Ojalá esta posición conformista y aun sumisa no nos cobre una factura impagable y ojalá no nos toque hipotecar todo lo logrado, por este silencio inconscientemente secuaz en el que hemos caído.