Última vez que les nombro…

Alfonso Espín Mosquera

Viviana Veloz ya es presidenta de la Asamblea Nacional; su mejor carta de presentación está en el giro comercial de los moteles y las casas de citas, porque en lo académico no detenta ningún título universitario.

La supervivencia diaria no necesita asambleístas. Son una piedra en el zapato de la población. Sirven para las trincas, las componendas pícaras, y a la postre en nada suman a la solución de las necesidades de los ciudadanos; algunos ni siquiera cumplen con sus labores y si revisamos los proyectos de ley que hayan presentado y su utilidad, siempre nos quedarán debiendo.

¿Para qué existen? Y peor, en qué número, pues para el 2025 tendremos 151 de estos sujetos, cada uno con un séquito de asesores, un equipo dedicado al mal, al desprestigio, a tramar las cortapisas para cualquier gobierno en funciones y, desde luego, a cobrar puntualmente y a inflarse de fama y poder.

La función legislativa no tiene que ser tan grande en un país tan chico y con tantas necesidades. El cuento que nos han contado es que son proporcionales a las poblaciones de cada provincia, como si con más de estos funcionarios, los arreglos llegarían con celeridad. Más bien son las falencias de la vida democrática, las teorizaciones perversas que se convierten en trabas del desarrollo de los pueblos, igual que el voto “democrático” de las mayorías, que solamente ha servido para enredar la gobernanza, pues quién ha dicho que las mayorías siempre tienen la razón, pero tengan o no, son las que aprueban lo que les conviene y entonces vienen los amarres, la compra de votos para vetar o aprobar lo que les da la gana.

La verdad: a qué persona decente le gustaría esas funciones, por eso lamentablemente son contados los asambleístas de honor y cada vez la política se convierte más en oficio de pillos.

Lo cierto es que mientras se matan en las comisiones legislativas, en el CAL, en las reuniones del pleno, gritándose con guapa boca, leyendo discursos que ellos no escribieron, caminamos al despeñadero, pero el pueblo tiene que seguir, esforzándose para sortear tantas vicisitudes que trae la vida. Unos para sostener sus empresas, otros para sobrevivir y muchos para mirar cómo se van sus mejores años sin un trabajo, frustrados con sus títulos doblados bajo el brazo.

Mientras los políticos se aburren de planear la impunidad a cualquier precio, lo que incluye pactos con todo tipo de demonios, las elecciones presidenciales de 2025 se acercan sin ninguna esperanza; el empleo no es una posibilidad ni actual ni futura para miles de jóvenes, y los apagones se vuelven una costumbre a la que hay que adaptarse con resignación, en algunos casos recurriendo a la vieja radio y sus ondas sonoras, y entonces desempolvando aparatos olvidados en rincones sin importancia, para distraerse en la oscuridad, la gente vive detrás de sus existencias, aferrándose a alguna novelería, a sus trabajos, a sus obligaciones, mejor aplaudamos al Deportivo Quito, por ejemplo, que en segunda categoría lleva más hinchada que algunos equipos en Copa Libertadores y cuando lleguen las elecciones, les castiguemos a los politiqueros por cuqueros e inoperantes.