Alfonso Espín Mosquera
Hablar de matrimonio en la actualidad es un anacronismo. Para muchas parejas, la paternidad y maternidad son una circunstancia que no entra en sus planes; es una vocación, situación totalmente respetable y, de hecho, los índices de natalidad han disminuido considerablemente en el país y el mundo, al punto que los niños, posiblemente, en un futuro no tan lejano, se convertirán en una especie muy rara.
Por otro lado, el escenario del momento implica, además, una alta tolerancia a las minorías de todo tipo. El pensamiento personal, las preferencias sexuales y de toda índole, deben ser respetados por todos, pero es importante que los movimientos que promueven estas nuevas condicionantes, también se obliguen a lo propio.
El amplísimo espectro de las circunstancias mundiales, ha generado especiales formas de vida y también modas nuevas que se han popularizado en las poblaciones tempranamente juveniles, al extremo de condicionarles a comportamientos abiertamente concomitantes con estos nóveles estilos.
Las poblaciones estudiantiles actuales, en el nivel medio y superior, por ejemplo, alcanzan un gran porcentaje de personas con varias denominaciones distintas a la heterosexualidad; es más, el universo tradicional empieza a ser mal concebido y es calificado de opresor, al tiempo que las nuevas formas garantizan popularidad en la población.
En este escenario respetable sí, pero extraño aún, el ser humano que no entra en estas nuevas formas, empieza a ser discriminado. De hecho, como ha sucedido con el “respeto a la fauna urbana”, o con las adopciones de dietas veganas, al menos vegetarianas, por ejemplo, o por la justa participación de género y etnia equitativos, en la vida política, hasta los propios líderes políticos se promueven votos a partir de acciones que les hacen parecer promotores de estas nuevas tendencias y comprometidos con la “última moda”, porque necesitan el favor de los jóvenes, entre los que se mueven más estas afinidades.
Adicionalmente a lo anterior, hay otra problemática que está presente en el mundo actual: un descrédito por ciertas virtudes que siempre serán determinantes en la vida de los seres humanos. Así es como varias casas de estudios superiores publicitan su oferta académica con frases como: “ven a divertirte”, “juega por siempre”, “distráete for ever”, en fin, una cantidad de slogans que estarían perfectos en algún parque de diversiones, pero no en el ámbito universitario, en el que un profesional, debe solventar con seriedad y prestancia las necesidades, problemáticas y aun dolencias de sus pacientes, como en el caso de la Medicina.
Al parecer, la guerra que salvan los negocios de la educación en pos de clientes les ha confundido y son los criterios del marketing, mucho más importantes que los académicos. En pocas palabras, si se oferta esfuerzo, trabajo, constancia, seriedad, sacrificio, se pierden estudiantes, pero se si se convoca al juego, la diversión y el poco esfuerzo, matizado con cuerpos docentes que se disfrazan de superhéroes para atraer a los posibles estudiantes y que juegan entre los alumnos bajo la humedad del cañón de espuma y otras diversiones, típicas de fiestas de cumpleaños, se lograrán los cometidos en cifras de alumnos, pero dudosamente en calidad de profesionales.
Todos tienen derecho a creer, vestirse, pensar como a bien tengan, pero todos deben también someterse a la tarea de formarse con calidad y excelencia, aunque eso no signifique divertirse siempre.