¡Alerta!

PACO MONCAYO

Desde las guerras del Peloponeso que enfrentaron a las ciudades-Estado de Atenas y Esparta, la humanidad ha sido testigo de la confrontación de dos sistemas rivales: el democrático y el autoritario. Las revoluciones americana y francesa marcaron hitos luminosos en la lucha para poner fin al absolutismo e instaurar la República. En Francia, el ideal de cambio se sintetizó en la consigna: ‘Libertad, igualdad y confraternidad’. En Norteamérica, los padres fundadores basaron su proyecto en el reconocimiento de que todos los hombres nacen iguales, con ciertos derechos inalienables, como el derecho a la vida, a la libertad y el alcance de la felicidad. Más de dos siglos después, lastimosamente, la tarea está inconclusa.

De la triada heroica que inflamó al pueblo de París para derrocar a la monarquía, la igualdad fue secuestrada y por razones obvias, se imposibilitó la confraternidad. Con la bandera de la igualdad en alto, el nacionalsocialismo y el comunismo construyeron regímenes brutalmente opresivos, con los resultados por todos conocidos. Después de la derrota de los Estados fascistas, en la Segunda Guerra Mundial, y de la implosión del Estado soviético a fines del siglo anterior, las democracias salieron fortalecidas. Pasaron de no más de 35 a más de un centenar. Los Estados Unidos emergieron como única potencia hegemónica enarbolando su mito fundacional del ‘destino manifiesto’ para llevar su modelo político al mundo entero.

Si bien la unipolaridad hegemónica fue de corta duración, la potencia norteamericana seguía luciendo el liderazgo indudable de las democracias occidentales. Hasta que, hace un año, los periodistas denunciaban el intento de fraude electoral del presidente Trump, para invalidar la victoria de Joe Biden y el mundo observaba atónito el asalto al Capitolio, símbolo de la democracia, por hordas aupadas desde la misma Casa Blanca.

Lo sucedido alerta sobre la situación de un sistema agobiado por la baja calidad del liderazgo político, el deterioro de sus instituciones fundamentales, la corrupción devastadora y el menosprecio de grandes sectores poblacionales, víctimas de la desigualdad y la pobreza, mientras que el totalitarismo, en muchas partes,  ya levanta cabeza.