Afganistán: fracaso y dolor

Cuando hace un año el entonces secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, se reunió en Doha, Qatar, con la cúpula talibán y el gobierno afgano, el mundo no dio ninguna trascendencia al evento. Oficialmente se lo llamó ‘Acuerdo para la Paz en Afganistán’. Hoy sabemos que allí se pactó un singular acuerdo de no agresión entre la potencia mundial y los talibanes, a los que EEUU se propuso erradicar hace 2 décadas.

El repliegue de las tropas estadounidenses sería desde mayo hasta el 11 de septiembre de este año, 20 años después del atentado a las Torres Gemelas. Apenas empezó el repliegue, los talibanes fueron ocupando, una a una, las ciudades de Afganistán hasta tomar finalmente Kabul el 15 de agosto. Esto no puede llamarse de otro modo: un fracaso monumental de los EEUU y las potencias occidentales.

Hubo muchos errores. Se interpretó mal una realidad política y cultural afgana fragmentada, y se menospreció la capacidad de resistencia de los talibanes. Según un exdiplomático estadounidense en Kabul, estos ganaban terreno desde 2013. Ello llevó a lo que Washington denominó un «estancamiento erosivo».

Mientras las tropas estadounidenses se quedaran ahí, los talibanes estaban controlados. Pero EEUU se dio cuenta que no hay victoria posible: los políticos locales no lograron consolidar un Estado en 20 años. A EEUU estar allí le costaba mucho dinero (US$ 882.000 millones hasta 2019), esfuerzo y vidas. Biden finalmente toma una decisión pragmática, privilegiando la política y la economía interna de su país. Y mientras EEUU sale de Afganistán, China declara que será amiga de los talibanes. Un tablero geopolítico muy claro, donde prima el petróleo por sobre los derechos humanos.

Mujeres y jóvenes que no puedan salir del país se enfrentan ahora a un futuro dolorosamente claro: una vida de sometimiento y rigores por parte de una tiranía de fundamentalismo religioso, en cuyo léxico no existe la palabra piedad.