La abominación que nos une

En días pasados, los pronunciamientos de algunos de los estudiantes que fueron evacuados de Ucrania hirieron sensibilidades. Insistían en no querer regresar, afirmaban sin sombra de duda que Ecuador no tenía futuro, se quejaban de que el país había sido siempre mezquino y cruel con ellos, y trataban con explícito desdén y fastidio a los funcionarios de las instituciones gubernamentales que los socorrieron. Las reacciones no se hicieron esperar; muchos acusaban a los jóvenes de ingratos y engreídos, y no alcanzaban a comprender cómo podían preferir quedarse orbitando alrededor de un país en guerra que volver a su patria.

Hasta hace algunas décadas, con sus aciertos y desaciertos, había una causa, una idea, que unía a los ecuatorianos: la fe católica. Independientemente de etnia, región o posición económica, durante siglos los ecuatorianos compartieron un puñado de valores, convicciones y aspiraciones que se derivaban de esa religión. Cuando los adversarios políticos se enfrentaban, sabían que tenían al menos eso en común.

Sin embargo, paulatinamente, la influencia extranjera, los cambios educativos y el metódico trabajo de adoctrinamiento de ciertas corrientes terminaron privando al país de esa noción común, lo más cercano que había a un “consenso”. Pero el catolicismo no se vio reemplazado por algo similar. Ecuador no se convirtió en un país “ilustrado” ni en una sociedad genuinamente liberal; tampoco nació el hombre nuevo ni la sociedad sin clases. Sucedió algo perverso.

Sí existe un nuevo consenso hoy en el país, una idea que une a todos los ecuatorianos. Izquierda y derecha, ricos y pobres, serranos y costeños, indígenas y mestizos, tienen en común la convicción de que Ecuador es una desgracia. Pocas ideas gozan de tanta aceptación como aquellas de que necesitamos un “cambio cultural”, que “tenemos una tierra rica, el problema es la gente” o que  “en este país” reinan la corrupción, la injusticia y la incompetencia.

No podemos quejarnos cuando los jóvenes profesan abiertamente aquello que crecieron escuchando a diario. Es lo que se les ha enseñado. Lamentablemente, esa idea no conduce a nada, apenas a vivir flagelándose en  interminable autoconmiseración.

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