A reflexionar por la humanidad

Alfonso Espín Mosquera

La ola de violencia en la que nos movemos es a nivel mundial. En estos días suena la masacre a treinta y siete seres humanos en Tailandia, la mayoría niños.

Caben muchas preguntas y casi no hay respuestas sobre el comportamiento de la humanidad; sin embargo, no podemos negar que las condiciones a las que nos exponemos niños, jóvenes y adultos en todos los estratos y confines del planeta, están apuntando a una especie de auto fin de la propia raza humana.

No podemos cerrar los ojos ante la criminalidad, el delito organizado, ciertamente nos abruma y atropella nuestra existencia, pero hay que reflexionar sobre lo que tenemos alrededor, conviene descubrir qué hay detrás de la tecnología, el comercio desmedido, la versatilidad de la comunicación, que van gestando una conciencia colectiva perniciosa, sin límite alguno.

Desde la programación de los medios electrónicos tradicionales, pasando por las redes sociales, como formas de divertimento y vida de millones de congéneres, hasta las relaciones humanas del diario vivir, muestran vicios perversos que norman la conducta social hasta dejarla controladamente “ normal” y enseñarnos que ciertas conductas absolutamente impropias con la naturaleza del ser humano, son “correctas”.

La globalidad y la versatilidad de la información nos agobian. El mundo pierde el sentido detrás de las formas consumistas, lo único importante es tener en grande, sin límite y, así se gestan ‘tradiciones’ como ‘el viernes negro’; malévola propuesta comercial en aras de adquirir a como dé lugar. El ser humano trabaja para comprar y adquiere cosas sin importancia, dictadas por los neo medios, por la cultura reinante de los ‘influencers’ de turno, en el afán de conseguir fama y posición social. Ya no es importante ser los mejores profesionales por la calidad de trabajos y servicios, sino los más famosos, por el número likes que sume la red social de su preferencia.

Los videojuegos también son un arma mortal en manos de nuestros niños, que desde temprana edad manipulan dispositivos de toda índole triunfando en juegos violentos, en los que la vida no tiene importancia porque mueren por miles los  “enemigos” en manos de sus héroes.

El crimen organizado copta niños para pervertirlos dándoles armas, dinero y vicios y así perderlos y lograr potenciar juvenilmente delincuentes comprometidos con la droga y el sicariato.

La virtualidad, exacerbada por la pandemia, nos relajó en todo sentido. Volvió la vida más ligera, posibilitó el acceso a la tecnología a millones de personas que descubrieron una nueva vida en las pantallas de los ordenadores. El universo inagotable del internet cubrió totalmente a los seres humanos que volvieron más importante esa existencia que su propia vida real.

La virtualidad no duerme, 24 horas de pornografía, de violencia, de “entretenimiento” a todo nivel y confín del planeta, sin más auspicios que su propio yo, en un franco individualismo que sume en una soledad profunda al ser humano posmoderno, a pesar de vivir rodeado de millones de personas en iguales condiciones.

Los padres, la escuela, el gobierno, los seres humanos, debemos volver a encontrarnos y a valorar lo simple, lo honesto, lo importante, aunque no seamos tan famosos, pero gocemos de cordialidad y paz, como fines fundamentales en un mundo equitativo en donde se superen las distancias de la discriminación y los clasismos.

La ola de violencia en la que nos movemos es a nivel mundial. En estos días suena la masacre a treinta y siete seres humanos en Tailandia, la mayoría niños.

Caben muchas preguntas y casi no hay respuestas sobre el comportamiento de la humanidad; sin embargo, no podemos negar que las condiciones a las que nos exponemos niños, jóvenes y adultos en todos los estratos y confines del planeta, están apuntando a una especie de auto fin de la propia raza humana.

No podemos cerrar los ojos ante la criminalidad, el delito organizado, ciertamente nos abruma y atropella nuestra existencia, pero hay que reflexionar sobre lo que tenemos alrededor, conviene descubrir qué hay detrás de la tecnología, el comercio desmedido, la versatilidad de la comunicación, que van gestando una conciencia colectiva perniciosa, sin límite alguno.

Desde la programación de los medios electrónicos tradicionales, pasando por las redes sociales, como formas de divertimento y vida de millones de congéneres, hasta las relaciones humanas del diario vivir, muestran vicios perversos que norman la conducta social hasta dejarla controladamente “ normal” y enseñarnos que ciertas conductas absolutamente impropias con la naturaleza del ser humano, son “correctas”.

La globalidad y la versatilidad de la información nos agobian. El mundo pierde el sentido detrás de las formas consumistas, lo único importante es tener en grande, sin límite y, así se gestan ‘tradiciones’ como ‘el viernes negro’; malévola propuesta comercial en aras de adquirir a como dé lugar. El ser humano trabaja para comprar y adquiere cosas sin importancia, dictadas por los neo medios, por la cultura reinante de los ‘influencers’ de turno, en el afán de conseguir fama y posición social. Ya no es importante ser los mejores profesionales por la calidad de trabajos y servicios, sino los más famosos, por el número likes que sume la red social de su preferencia.

Los videojuegos también son un arma mortal en manos de nuestros niños, que desde temprana edad manipulan dispositivos de toda índole triunfando en juegos violentos, en los que la vida no tiene importancia porque mueren por miles los  “enemigos” en manos de sus héroes.

El crimen organizado copta niños para pervertirlos dándoles armas, dinero y vicios y así perderlos y lograr potenciar juvenilmente delincuentes comprometidos con la droga y el sicariato.

La virtualidad, exacerbada por la pandemia, nos relajó en todo sentido. Volvió la vida más ligera, posibilitó el acceso a la tecnología a millones de personas que descubrieron una nueva vida en las pantallas de los ordenadores. El universo inagotable del internet cubrió totalmente a los seres humanos que volvieron más importante esa existencia que su propia vida real.

La virtualidad no duerme, 24 horas de pornografía, de violencia, de “entretenimiento” a todo nivel y confín del planeta, sin más auspicios que su propio yo, en un franco individualismo que sume en una soledad profunda al ser humano posmoderno, a pesar de vivir rodeado de millones de personas en iguales condiciones.

Los padres, la escuela, el gobierno, los seres humanos, debemos volver a encontrarnos y a valorar lo simple, lo honesto, lo importante, aunque no seamos tan famosos, pero gocemos de cordialidad y paz, como fines fundamentales en un mundo equitativo en donde se superen las distancias de la discriminación y los clasismos.