A pagar dolorosas facturas

Nos rodea una violencia cambiante, múltiple, salvaje. Si hay algo que en Ecuador no mengua, son la tensión social y las discrepancias. Más allá, miedo, y la soberbia, dicen algunos los expertos. La mentalidad de asedio se ha asentado entre nosotros. Se necesita pasar la página de la debacle. Activar el diálogo permanente, darle otra oportunidad, es una fórmula irrenunciable.

Nada se descarta. Todo empuja en esa dirección. No hacerlo sería seguir echando leña al fuego sin fin. No se espera un “retorno a la normalidad”; hay demasiadas heridas abiertas, tanto de un lado como de otro. Desde el movimiento indígena y otros grupos sociales, como del resto de la ciudadanía y las instituciones democráticas constitucionalmente establecidas.

No es la búsqueda de consensos, en medio de una diversidad reconocida, sino la imposición y derrota del supuesto adversario. La clave en este caso, con todo, parece más de fondo que puntual. Hay intereses foráneos, en el contexto de la izquierda latinoamericana actual, por una parte, y factores geopolíticos en los que el enfrentamiento de las potencias globales desempeña un importante papel.

La resaca política será larga en todos ellos. La ilustra bien el tira y afloja que desde hace décadas sostienen los sectores políticos y sociales. Sin ninguna garantía de paz sostenible, hoy por hoy, se contiene la respiración. Domina la desconfianza, junto a la preocupación por la justicia y la realidad de la injusticia. ¿Podría ser peor? Pues sí.

El naufragio de la democracia liberal es palpable. Y con ella las libertades civiles, la justicia social, la aceptación y la tolerancia. Absurdo, pero probable. Lo que el viento de una “anti historia” demencial se puede llevar. Si se lucha por la justicia y se hace algo que es desproporcionado, se actúa injustamente. Por tanto, hay y habrá que pagar muchas y dolorosas facturas, como nunca antes se ha visto.

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