30 páginas

Matías Dávila

Matías Dávila

Esta semana entrevisté a un profesor de literatura. Recientemente, pudo elegir entre dar clases en una de las universidades particulares de Quito o en una escuela marginal: optó por la segunda. Hoy enseña ‘Lengua y Literatura’ en una escuela fiscal en San Roque, uno de los barrios más peligrosos de Quito.

Sus alumnos son los hijos de los moradores del sector y también los hijos de los actores del mercado: vivanderas, cargadores, transportistas, proveedores, etc. No solo educa a niños de Quito sino también a muchos de provincia, por el movimiento comercial del mercado. Y también a un porcentaje significativo de extranjeros: los hijos de los migrantes colombianos y venezolanos que vieron en la ‘Carita de Dios’ el futuro promisorio que los quiteños no alcanzamos a ver.

Le pregunté cuánto lee un niño en promedio. “Un adolescente de 15 años, que son los que más deberían leer, lee en promedio un libro al año”, respondió. “No estamos tan mal”, pensé para mis adentros. Cuando una estadística dice que en promedio el ecuatoriano lee 0,2 libros al año, que un adolescente —en estas circunstancias— lea un libro entero ¡no está mal! Inmediatamente le baja la velocidad a su narrativa y me cuenta que los libros que les provee el Estado, tienen entre 30 y 60 páginas. ¡A esos libros se refiere! Un adolescente en esta escuela capitalina lee 30 páginas al año.

Pero la historia no termina ahí. Ya Saramago se quejaba del analfabetismo funcional en su Portugal, allá por los años noventa. ¿Qué podremos decir nosotros? Solo 4 de cada 10 niños entienden lo que leen. Eso es más desesperanzador todavía. Cuando un niño no lee, no puede hacer las conexiones neuronales necesarias para aspirar a más. Es decir, estamos educando ‘votantes’, gente sin criterio que esté dispuesta a creer en el oportunista de turno, con la esperanza de que sea ese el que le saque de una vez por todas de la miseria en la que vive.