200 años y el país sigue buscando su identidad

Era 1830. Pasaron ocho años de la Batalla del Pichincha. Las ideas separatistas en Quito, Guayaquil y Cuenca tomaban cuerpo. Simón Bolívar, muy enfermo, era impotente para detener las ínfulas de los pequeños gobernantes de las que llamó «republiquitas».

 El 13 de Mayo de ese año el país dejaba la Gran Colombia y cuatro meses después, en Riobamba, nacía un estado independiente, con un error histórico (la misión geodésica francesa de 1736 y la Ley de División Territorial de Bolívar en 1824) que bautizó a estos territorios como Ecuador). Los primeros años del naciente país fueron difíciles. La deuda de independencia fue inequitativamente repartida.

El primer conflicto de esta sociedad, según el historiador Nelson Segura, fue «la contradicción entre el federalismo y el centralismo. La necesidad de instituir un gobierno centralizado y fuerte frente a otra tendencia que planteaba gobiernos departamentales autónomos”. Este conflicto fue difícil de superar ante la falta de una clase social dominante que imponga su hegemonía y una identidad que cuesta construir hasta ahora, y solo pequeñas identidades locales, como la de Guayaquil.

Los terratenientes serranos buscaron una feudalización económica y política (con predominio de poderes locales) y mano de obra campesina e indígena con el concertaje. Los comerciantes y agroexportadores de la burguesía costeña buscaban modernizar las leyes, a través de reformas que liberalizaran mano de obra para las plantaciones de cacao. Para eso, hacía falta un estado unitario y fuerte.

La presión popular obligó a las castas políticas, sociales y económicas a llegar a acuerdos y estructurar un Ejército con mando único para sostener un gobierno. Pese a los acuerdos siguen los conflictos, rebeliones, conspiraciones y cuartelazos. Para Enrique Ayala Mora, es “un estado gamonal que reproduce permanentemente la concentración del poder político en desarticulados ámbitos regionales”.

Hubo dos tendencias ideológicas hegemónicas: conservadores (por 65 años) y liberales (tras la revolución de Alfaro en 1895). Ambos sectores, en el fragor de las luchas, se alinearon con la tendencia liberal en el siglo XX, cuando irrumpió el populismo, que llegó para quedarse.

Estos conflictos de las clases dominantes fueron aprovechados por las Fuerzas Armadas que fueron, muchas veces, «garantes» de la estabilidad democrática o fuerzas dirimentes para sostener gobernantes o directamente acceder al poder mediante golpes o cuartelazos. Si no cambia esa estructura el país seguirá sin encontrar su identidad.