200 años después

Hay una disciplina que se llama prospectiva, que tiene que ver con esa capacidad de mirar al futuro, basados  en lo que tenemos ahora, en lo que hemos hecho, en nuestras consecuciones, antecedentes, logros.

Esta prospectiva es necesaria cuando analizamos lo que fue la gesta libertaria de 1822, cuando la Batalla de Pichincha selló un proceso independentista, cuando quienes querían dejar de ser colonia se enfrentaron a las tropas realistas y consiguieron un importante triunfo, bajo el mando y el liderazgo de Antonio José de Sucre,  con la presencia simbólica de un niño soldado, Abdón Calderón, cuya saga perdura en la memoria, a pesar de afanes por disminuirla.

Estos años han significado la presencia del país en el concierto de naciones. Ecuador, país latinoamericano, andino, amazónico, con costas al Pacífico, con el patrimonio de unas islas que llaman la atención del mundo, las Galápagos majestuosas, poseedoras de diversidad casi inigualable, con patrimonios culturales y naturales. Somos parte de esa nación de la que nos enorgullecemos. Una nación que hunde sus raíces en la Valdivia ancestral con hitos, personajes, paisajes, gente industriosa y emprendedora.

Sin embargo de ello, sentimos que no cuajamos como país, que nos hacen falta ingredientes cohesionadores que nos hagan sentir la seguridad que las instituciones nos deben proveer, que nos den la impronta y consiga afianzar una democracia que aparece frecuentemente vapuleada y sin visos de enraizarse.

Para ello es menester reflexionar en lo que hemos sido y en lo que queremos llegar a ser, trabajar en un sentido de pertenencia que nos una, sin dejar de ser ciudadanos del mundo en medio de una globalización que nos afecta y nos condiciona, y nos transforme en seres con identidad, con la conciencia de la localidad que puede perfectamente ser compatible con la decisión de construir un país más equitativo, con futuro, con capacidad de soñar y que no deje resquicios para el pesimismo.