Capitales en el exterior: entre el látigo y la zanahoria

Los ecuatorianos que sacan dinero del país no siempre lo hacen porque sea mejor negocio. Desde un punto de vista financiero, el rendimiento que se paga afuera es usualmente menor. Si la gente prefiere atesorar o poner a trabajar su dinero afuera es porque el sistema que rige en el país se encarga, a punta de látigo, de que así sea. Se trata de una suma que duplica al déficit fiscal, similar a la de préstamos que recibimos de multilaterales y muy superior a la inversión extranjera.

Con el régimen político, laboral y tributario vigente, invertir en Ecuador es costoso y arriesgado. Peor todavía son las consecuencias que les esperan a los inversionistas y empresarios en caso de fracasar. Como si eso no bastara, las crisis políticas se suceden y en ellas los gobiernos tienden a abalanzarse sobre la riqueza de los ciudadanos—la crisis de 1999, las sucesivas reformas tributarias del correísmo, las medidas que resultan de cualquier desastre natural, el zarpazo tributario de Guillermo Lasso—. En la práctica, eso implica castigar el ahorro y la riqueza.

Ahora se busca celebrar la amenaza recaudatoria y azuzar la animosidad contra quienes tienen dinero afuera; o sea, un látigo más, que lo persiga cual botín para los políticos de turno. En su lugar, imaginamos un país que impulsa reformas laborales y políticas comerciales, que genera las condiciones para lograr el retorno de ese dinero a plasmarse en inversión y generación de empleo. En fin, hacen falta zanahorias y no más latigazos.