Mientras el presidente Daniel Noboa mueve sus fichas para conseguir algo de electricidad de Colombia, los cortes de luz llevan ocho semanas y se han convertido en la principal causa de la subida del gasto familiar.
Los apagones no solo dejan una crisis laboral y empresarial que asusta al propio sector bancario, sino que las familias ya sienten que los precios de la canasta familiar se han elevado, específicamente alimentos, vestimenta y arriendos. La canasta familiar, en cambio, pasó de $786,31 en diciembre de 2023 a $805,04 en octubre de 2024.
De hecho, el encarecimiento y el apretón del salario se sienten en todos los estratos. Esto por gastos adicionales en generadores eléctricos, convertidores de voltaje, baterías portátiles y reguladores. Además, transporte, logística y conectividad. Lo que viene, naturalmente, es un castigo a la productividad de todo adulto que provee sustento para sí mismo y su familia.
Más allá, las consecuencias no serán solamente económicas. Hay analistas, por ejemplo, que han relacionado el alza de precios y la falta de oportunidades con un decaimiento moral y de ánimo, que ya se refleja en las últimas encuestas.
Este aspecto de la crisis eléctrica es nuevo y rebasa a la medición diaria de los embalses, si se dañaron turbinas o si viajó un funcionario a bregar por energía. El tema se ha vuelto central y neurálgico en la psique colectiva y será el mayor determinante de las decisiones que millones de familias tomen en adelante, sin saber hasta cuándo.
Los ciudadanos viven bajo incertidumbre ante la desidia del Estado, al que parece no importarle sus ingresos, pero sí las jugadas políticas por intereses a corto plazo.