Anular el voto para luego quejarse

Todos quienes ahora se quejan de que ningún candidato los representa tuvieron por lo menos cuatro años para hacer algo. Esto no ha sido sorpresa: los candidatos hoy opcionados son de sobra conocidos y desde hace un buen tiempo se sabía quiénes estarían, y quiénes no, en las papeletas. ¿Por qué, entonces, esos que hoy se enorgullecen de votar nulo no intentaron cambiar las cosas? ¿Por qué no crearon otros movimientos, apoyaron a nuevas figuras, presionaron a los políticos o articularon propuestas? ¡Cuatro años alcanzan!

El nulo es un voto absolutamente estéril. Para lo único que sirve es para facilitar más las cosas a quienes sí eligen, confabulan y participan. Los defensores del nulo creen que su voto es una vehemente protesta contra nuestro sistema, pero a los políticos no les quita el sueño —justamente porque el nulo no importa ni influye—. Creen que votando así incomodan a los seguidores de los candidatos tradicionales, cuando en la práctica tendrán que resignarse a verlos encaramados en el poder, dando órdenes y gozando de sus recursos. El nulo no cambia nada porque, por definición, no propone nada. El vacío no es ni puede ser una alternativa.

El voto nulo es una opción irresistible para los narcisistas. Les concede a los que optan por él una sensación de superioridad moral, junto con la oportuna excusa de ‘yo no voté por él/ella’ cuando las cosas salen mal. Es una ilusión boba, porque ni la superioridad ni el aislacionismo evitan que quienes votan nulo también sufran las consecuencias de los actos y decisiones de los ganadores.

No seas cobarde. No votes nulo. Ten el coraje de decidir tú mismo.