Al fin del primer tiempo

El presidente Guillermo Lasso llega a la mitad de su mandato sumido en una tregua forzada, luego de disolver al Legislativo y llamar a elecciones anticipadas. Aún no anuncia si se presentará como candidato, pero los últimos dos años permiten hacer una valoración sustentada de su gestión y estilo de gobierno.

Por un lado, el primer mandatario subestimó la dificultad que implica la gestión pública y el desafío de la maraña legal y burocrática que heredó. Por el otro, sobreestimó la capacidad del poder, y la suya propia, de atraer y convencer a potenciales colaboradores. Ello derivó, en un inicio, en un equipo que no daba la talla; los que estaban carecían de las competencias necesarias y los cuadros externos declinaban las invitaciones. A ello se sumó la negligencia en la comunicación y la persuasión. Los pasajeros de una nave pueden tolerar sacudones y percances, pero solo mientras sepan que son temporales, entiendan hacia dónde se dirigen y confíen en el capitán; si no es así, los incidentes conducen al pánico. En tanto el Gobierno no ha sido claro en hacia dónde va y cómo está avanzando, la incertidumbre se ha apoderado de los ciudadanos. 

Pese a asumir el país en un momento de extrema fragilidad y sumido en crisis sistémicas, el Presidente ha manejado la economía sin grandes sobresaltos, con importantes logros para la estabilidad local y el estándar regional. Ha mostrado, asimismo, un respeto por las libertades ciudadanas y las instituciones digno de resaltar.

Tanto en sus campañas como en las numerosas crisis que ha enfrentado, el Presidente ha demostrado ser más aguerrido y resiliente de lo que sus adversarios suponían. Cualquier sentencia, sería prematura.