Radiografía nacional

La educación en el país se ha visto cercada cada vez más por las tendencias mecanicistas que imbuidas por el esquema económico dominante ha considerado que la formación del individuo debe centrarse exclusivamente en su aptitud para el ingreso al mercado laboral, convirtiéndose en un sistema de educación utilitario y desechando cualquier aprendizaje que no atienda a este propósito. De allí que la formación del ciudadano ha quedado relegada, en el mejor de los casos, cuando no inexistente, a un segundo plano.

Esta falta de construcción del individuo como parte de un colectivo, con los variados matices que forman la realidad nacional, ha traído como consecuencia que la sociedad ecuatoriana no tenga un propósito de nación, que no exista un proyecto nacional al cual los ciudadanos se sientan adscritos y comprometidos. Por el contrario, y muy al estilo colonial, los cacicazgos locales siguen imponiendo sus intereses particulares.

A esto se debe sumar el hecho de que la relación campo – ciudad siempre ha sido inequitativa. Los sistemas públicos de justicia, salud o educación siempre han priorizado al sector urbano, de forma tal que el sector rural marginalizado ha debido siempre recibir migajas de las atenciones estatales. Con sistemas educativos débiles y con un esquema de producción aún colonial, la población rural se vuelve fácilmente manipulable, presa de los intereses mezquinos de quienes lucran de sus justas aspiraciones.

La falta de educación cívica y el desigual reparto de oportunidades es el opio que impide que en el caso ecuatoriano podamos hablar de la formación de un sistema democrático. ¡Cuánta razón tenían los sabios griegos cuando vislumbraron la deformación de los sistemas de gobierno en sus opuestos negativos  —en el caso de la democracia, la demagogia—!

Y es que la democracia es un sistema de gobierno que necesita la implicación de la ciudadanía en los temas públicos. Una sociedad madura puede sostener sistemas democráticos mientras, por el contrario, sociedades en las que se reproduzcan realidades como las anotadas en los párrafos precedentes no están listas aún para vivir verdaderas democracias. Por ello, sistemas hiperpresidencialistas al estilo caudillista sobreviven en el pensamiento latinoamericano, en el que el individuo desligado del tema público considera que su actuación cívica se limita a la elección de las autoridades, a quienes desde ese momento entrega la carga total de las obligaciones, limitándose a partir de allí a exigir prebendas.

Si a lo dicho se suma una realidad nacional que ha hecho de la viveza criolla una práctica virtuosa, y la proliferación de grupos delictivos que durante años fueron nutriéndose y expandiendo sus cancerígenos vínculos por todo el país, podemos entender cómo la descomposición del tejido social ha llegado a los niveles actuales, donde el discurso cada vez más polarizado está llevando a la sociedad a una inevitable confrontación civil.

Es momento de que la prudencia y la sabiduría se impongan. Abracemos un ideal de fraternidad y de empatía. Aprendamos de los errores pasados y luchemos por una sociedad más justa y merecedora de llamarse democrática.

Alejandro Arroba